Vamos a ver a Janán, me dijo Ruth. Ruth era mi compañera en la conducción educativa del grupo “Shajar Hashalom” (“Amanecer de la Paz”, en hebreo).
Teníamos menos de veinte años pero sentíamos dos mil años de Diáspora sobre nuestras espaldas: a nuestro regreso del “Shnat Hajshará”, un año de capacitación en Israel, el movimiento nos encomendó la “hadrajá” de una veintena de adolescentes, mayoritariamente varones, que venían los sábados de tarde a nuestro centro de actividad en Paternal con un objetivo declarado: jugar al fútbol.
Ruth y yo teníamos que transformar esa pasión por el esférico en amor a Sión, en fervor judío y en ansias de radicarse en un kibutz.
La tarea, a pesar de la capacitación previa y la convicción sionista socialista que nos animaba, tropezó con una “sorpresiva” dificultad: los educandos se manifestaban reacios a asumir los postulados de Herzl y Borojov, reclamando más tiempo de juego y menos charla…
Así conocimos a Janán Nudel.
Fuimos a lo de Janán como quien va al rabino: fuimos a preguntar “cómo puede ser”: cómo es posible que a estos chicos les interese más jugar que escuchar de sus instructores la idea de la Revolución.
Estábamos a principios de la década del setenta. Janán Nudel ya era psicólogo, prestigioso asesor pedagógico de las instituciones comunitarias judías. Pero –además- Janán era “nuestro”: había militado en el Hashomer Hatzair, era alguien que nos podía entender intimamente, dueño, como nosotros, de los códigos del movimiento que pretendía crear un hombre nuevo, proletarizar al judío, el movimiento cuyos educandos se nucleaban en grupos que tenían nombres como “Amanecer de la Paz”.
Janán, con aquella mirada comprensiva y sonriente, con su sabia paciencia, supo desarmarnos del discurso dogmático sin desanimar nuestra motivación juvenil.
Treinta y seis años transcurrieron desde aquel encuentro. La figura de Janán Nudel creció como docente, filósofo, escritor. Su producción intelectual se proyectó a toda América Latina y a Israel. Cambiaron los tiempos y Janán conservó frescas la sencillez y camaradería de su paso por el Hashomer Hatzair.
Janán Nudel cerró sus ojos pero nos dejó su mirada. Janán partió para siempre, pero nos quedamos con su sonrisa, con su voz y sus silencios: aquellas pausas de Janán para pensar y asimilar lo que se habla.
Vamos a extrañarte, querido Janán.
Teníamos menos de veinte años pero sentíamos dos mil años de Diáspora sobre nuestras espaldas: a nuestro regreso del “Shnat Hajshará”, un año de capacitación en Israel, el movimiento nos encomendó la “hadrajá” de una veintena de adolescentes, mayoritariamente varones, que venían los sábados de tarde a nuestro centro de actividad en Paternal con un objetivo declarado: jugar al fútbol.
Ruth y yo teníamos que transformar esa pasión por el esférico en amor a Sión, en fervor judío y en ansias de radicarse en un kibutz.
La tarea, a pesar de la capacitación previa y la convicción sionista socialista que nos animaba, tropezó con una “sorpresiva” dificultad: los educandos se manifestaban reacios a asumir los postulados de Herzl y Borojov, reclamando más tiempo de juego y menos charla…
Así conocimos a Janán Nudel.
Fuimos a lo de Janán como quien va al rabino: fuimos a preguntar “cómo puede ser”: cómo es posible que a estos chicos les interese más jugar que escuchar de sus instructores la idea de la Revolución.
Estábamos a principios de la década del setenta. Janán Nudel ya era psicólogo, prestigioso asesor pedagógico de las instituciones comunitarias judías. Pero –además- Janán era “nuestro”: había militado en el Hashomer Hatzair, era alguien que nos podía entender intimamente, dueño, como nosotros, de los códigos del movimiento que pretendía crear un hombre nuevo, proletarizar al judío, el movimiento cuyos educandos se nucleaban en grupos que tenían nombres como “Amanecer de la Paz”.
Janán, con aquella mirada comprensiva y sonriente, con su sabia paciencia, supo desarmarnos del discurso dogmático sin desanimar nuestra motivación juvenil.
Treinta y seis años transcurrieron desde aquel encuentro. La figura de Janán Nudel creció como docente, filósofo, escritor. Su producción intelectual se proyectó a toda América Latina y a Israel. Cambiaron los tiempos y Janán conservó frescas la sencillez y camaradería de su paso por el Hashomer Hatzair.
Janán Nudel cerró sus ojos pero nos dejó su mirada. Janán partió para siempre, pero nos quedamos con su sonrisa, con su voz y sus silencios: aquellas pausas de Janán para pensar y asimilar lo que se habla.
Vamos a extrañarte, querido Janán.
Moshé Rozén
Sheliaj del Departamento de Educación Judeo-Sionista
de la Agencia Judía para Israel y Hashomer Hatzair
de la Agencia Judía para Israel y Hashomer Hatzair
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