Fue hace ocho años que en este mismo lugar nos convocamos para celebrar el 65 aniversario del Hashomer Hatzair, con la alegría de quienes abren su espíritu para dejar fluir emociones y conmociones, que nos habitaban desde hace años y que después se transformaron en energía para seguir nuestras vidas en el lugar que decidió cada uno.
Ocho años después, nos convocamos nuevamente para recuperar los espacios que desarrollos posteriores nos permitieron desplegar lejos del emblema con el que los adultos consumieron una etapa esencial de nuestras vidas: ser idealistas de jóvenes y realistas de adultos.
Durante esos ocho años escribimos una historia propia con dos atentados que por sus características nos involucraban en un conflicto israelí, pero que en lo real se produjeron en la Argentina, y que fuimos nosotros quienes lo hemos atravesado.
Todos hemos aprendido durante estos años y aquello que decíamos en el Encuentro anterior, ya forma parte de nuestro pasado reciente.
Es parte de mi presente inmediato, haberme puesto en contacto con un rico intercambio de cartas que se produjo a partir de mis palabras en ese Encuentro, y es por eso que hoy estoy aquí, en el Encuentro del 73 aniversario del Hashomer Hatzair, aunque para los demás, por no ser una cifra redonda, no sea motivo suficiente.
Como el Encuentro puede darse en cualquier momento de la vida, quiero festejar el mío en este día.
Párrafo 1
Aquel día de Abril decidí abrir el tema del ideal y su traición. Quisiera transcribir lo que dije y agregar lo que otros dijeron:
1.- Janan: “Los madrijim nos explicaban que queríamos ser la vanguardia del pueblo judío, vivir en el kibutz y dejar de ser una nación extraterritorial. Tener un territorio propio para ser como todos los pueblos. Construir casas y cultivar las tierras con nuestras propias manos.
Palabras que ni siquiera entendíamos, pero que tuvieron con el sostén de la fe, el poder de convertirse en un ideal que comprometía nuestro presente y nuestro futuro....
A los once años, nuestra vida ya estaba trazada y nuestro ideal constituido. A partir de ese momento viví dividido en dos”.
2.- Soltanovich:.. “En general, sobre todos quienes no supimos, no pudimos o, simple y honradamente no quisimos llevar hasta sus últimas instancias un supuesto compromiso adolescente, con un ideario que un rodeo pudoroso lleva a designar como sionista realizador.
Acabo de escribir un supuesto-compromiso-adolescente. ¿Cómo denominar, sinó, un
compromiso de aliá, arrancado a chicos y chicas cuya edad y condición lo hace insanablemente nulo ante la ley?
3.- Bercovich: “Según el doctor que replica el jalutz, quienes hicieron aliá, saliendo de las filas del Hashomer Hatzair y amamantando su prédica, son o deberían ser declarados jurídicamente incapaces, y su aliá de nulidad absoluta como los actos de los dementes, porque responderían a compromisos asumidos en la adolescencia y, en consecuencia, carentes de valor; habría, pues, que nombrar un curador para los miles de “Shomernikes” de Yad Mordejai, Mishmar Hanegueb, Gaash, Gazit, Ramat Hashofet, Lehavot Habashan, etc.; internarlos en un campo de discapacitados, a los cuales vendrían los “doctores” para hacerles, desde su adultez o vejez, reflexiones sobre el sionismo”.
4.- Guga K.: “Así que la decisión de hacer aliá, después de militar en un movimiento sionista, es para usted nada mas ni nada menos que un supuesto compromiso adolescente, que unos irresponsables violadores de menores han “arrancado a chicos y chicas cuya edad y condición, lo hacen insanablemente nulo ante la ley...” ¿ ante la ley de quién hay que responder cuando se asume un compromiso con un pueblo? ¿ y usted se llama a sí mismo sionista?”
Párrafo 2
1.- Janan: “Haber sido miembro de Hashomer Hatzair es seguir viviendo con la convicción de haber traicionado un ideal y también, de haber traicionado el ideal puesto en uno.
El realista estaba convencido que lo mejor era decidir una manera de vivir aunque no fuese la ideal, mientras que el idealista no quería renunciar a vivir en el ideal. El idealista no admitía que a través de la indecisión confundía el pasado con el presente, y se proyectaba hacia el futuro con un ideal que aún podría concretar. El realista admitía que el ideal era del pasado, pero que no le daba futuro al presente. Nuestra vida cotidiana transcurría en un espacio, un tiempo y un proyecto que desde el ideal no podíamos vivir como propio. Uno de los dos debía ceder para no vivir siempre como dos”.
2.- Guga K.: “Para no “vivir como dos”, desgarrado entre el realismo y el idealismo, Nudel optó por ser inconsecuente con sus ideales y vivir sabiendo que “haber sido del Hashomer Hatzair es vivir con la convicción de haber traicionado un ideal, y también (pongan mucha atención ), de haber traicionado el ideal puesto en uno”.
Resulta de todo eso que los anormales son aquellos que no renunciaron al ideal, o los que no se quedaron a cantar en el coro del maestro Silberleib. Esos tarados que todavía yugan el jamsín y se creen ( pobres ilusos ) que son parte de la vanguardia de un pueblo judío imaginario (?) que nos mostraba pero que no nos incluía...
3.- Senkman: “Quizás haya habido alguna vez dirigentes honestos del Hashomer Hatzair que confesaron “haber traicionado al ideal puesto en uno”. Pero no me cabe la menor duda que gracias a Janan Nudel, escuchamos por primera vez a alguien que asume esa cuota de fracaso personal, debido al hecho de haber abandonado el ideal “en lugar de seguirlo de la manera posible”.
Janan confiesa en voz alta un Al Jet colectivo: “hay un ideal posible. Lo hizo imposible que lo aprendiéramos antes de entender las palabras que lo representaban”.
Cuando era chico, el ideal me parecía grande.
Mi intención de retomar el tema hoy, no se vincula con los protagonistas y, sí con el protagonismo que me hizo comprender que, de chico, había quedado atrapado en un ideal, por no haber entendido las palabras, y ya de grande, quedé atrapado entendiendo las palabras, pero no entendiendo el ideal.
Había confundido el espíritu con el ideal, el deseo de trascendencia con una versión de la vida que, enmarcada dentro del ideal, en el acto de hacerse sagrado inventaba lo profano.
Crecido en una familia religiosa, obsesionado por lo permitido y lo prohibido, busqué sin saberlo un lugar que me separase de lo religioso para sentirme libre, y me encontré con otro lugar, cuyos castigos eran tan severos como los anteriores, esta vez con la certeza de haberlo elegido por mí mismo.
A los diez años un sábado a la tarde fui al cine con mi familia. Cuando llegué al ken mi kvutzá (grupo) hacía una presentación. Como se acercaba el campamento, la representación consistía en que todos estaban durmiendo en el piso, y uno se despertaba y decía: -“Qué agujero grande tiene la carpa”.
Comenzaba a aprender el ideal, cuando mi madrij (instructor) me dijo que no podía participar porque me había ido a la tarde al cine, en lugar de haber llegado a las tres.
No fue necesario que nadie me dijese nada más porque ya se había constituído en mí el shomer (guardián) de mi comportamiento, y de los demás.
Años después supe quién había sido Stalin. Años antes fui stalinista a muerte, sin saber quién era Stalin.
Cuando tenía once años entré a la escuela secundaria. Mi madrij me llamó para decirme que en el kibutz se necesitaban técnicos, y que para seguir en el movimiento debía seguir industrial. Empecé el industrial. Siete años después me recibí de técnico mecánico. Al año siguiente de haber comenzado el industrial, los que entraron al secundario eligieron las carreras que querían, y siguieron en el movimiento.
A los catorce años nuestro madrij fue expulsado del movimiento por haber tenido relaciones sexuales con su novia. Quedamos impactados de tal manera, que todavía recuerdo cuando nos dijo que la decisión del movimiento había sido justa. Nuestro impacto no fue porque lo habían expulsado, sino porque había tenido relaciones sexuales.
A los quince años con el nuevo madrij salimos a pasear. A dos cuadras del ken una patota nos empezó a gritar “judíos de mierda”.
Nuestro madrij nos pidió que lo esperásemos. Se cruzó enfrente y empezó a caminar entre ellos. Ninguno de ellos hizo nada. Al rato se cruzó y seguimos caminando.
No me quejo, cuento. Solo estoy contando cómo el ideal me fue construyendo y destruyendo al mismo tiempo. Destrucción que no podía ver, por no poder pensar el ideal dentro del ideal, y no poder correrme para entender que pasaba en mí y a mi alrededor.
No estoy buscando responsables. Pero es evidente que algo no había cerrado en mí. Cuando era chico el ideal me parecía grande. Cuando fui adolescente el ideal y yo estábamos en armonía, y cuando fui más grande, el ideal me parecía chico.
El que fracasa es el hombre, nunca el ideal
Ayer me encontré con una amiga que hacía años no veía. Me contó que su marido había fallecido, cosa que ya sabía, y me contó además cómo había fallecido, cosa que yo no sabía. Me conmovió mucho cuando me dijo que antes de morir, alguien le había preguntado a su marido, si se arrepentía de algo de lo vivido, y él le contestó que no, que si volviese a nacer, eligiría vivir la misma vida.
No siempre es necesario llegar a una situación límite para hacerse algunas preguntas. Ni siquiera necesito preguntarme algo sobre mí. Sí, sobre el ideal. Es tratando de entender cómo un “Ideal” que no creció conmigo, en su voracidad de ser para siempre, logró convencerme de que era un traidor, cuando lo había buscado para dejar de sentirme un pecador.
Si la palabra “pecador” y “traidor” son palabras distintas que nombran la misma cosa, “Dios” e “Ideal” son una misma palabra con distintas letras.
Nuestro ideal era para siempre. Mantener el ideal y no reconocerle un límite es haber quedado en la adolescencia del ideal, sin permitirle que crezca, hasta vivir finalmente con los restos de uno, y con los restos de lo que uno idealizó.
Nosotros sabíamos y veíamos. La felicidad de sentirnos orgullosos de ser una vanguardia, nos obligaba a aceptar lo que sabíamos y veíamos, como aquello que aun debíamos superar para poder ser más consecuentes con nuestro ideal.
¿Qué es permitir que un ideal crezca? Que muera. Lo que significa que se hizo posible en la medida de su posibilidad. Después solo le resta morir y con su muerte dar nacimiento a nuevos ideales. No permitirle que crezca, es tenerlo para siempre al costo de no poder ver aquello que transcurre.
¿Pero qué pasaba si yo no podía ser ese técnico? ¿ por qué no podía conocer otra posibilidad? En ese aspecto el ideal se convirtió en un atentado a la condición humana. Si no admite las diferencias para poder ser, ¿ qué camino recorre la diferencia? Si la pureza se consigue a costa de renunciar a lo que cada uno tiene de singular, ¿qué camino recorre la singularidad? La condición para sostener el ideal es desconocer su forma de operar en la realidad; y atreverse a criticarlo ya es una manera de traicionarlo. Como exige no ser pensado impide el cambio entre los que lo comparten, y el intercambio con quienes no lo comparten. Es preferible la destrucción del proyecto, al reconocimiento de que a partir de un momento determinado, es imposible sostenerlo.
El que fracasa es el hombre, nunca el ideal. Reconocerle un límite es una flaqueza del hombre y para poder sostenerlo es necesario desconocerse, y desconocer las condiciones de existencia reales. ¿ Será cierto que los seres humanos queremos ser iguales, y que deseamos lo mismo? En las experiencias que me tocaron vivir, ninguna propuesta idealista pudo resolverse en un lugar que no fuese su contrario. Contrario, no por ser el buscado, sino porque se necesita salir de un lugar, no importa hacia dónde, y el que aparece es justamente el que se iba construyendo en silencio desde el rechazo, cuando en voz alta se seguía proclamando el ideal adolescente, habiendo desaparecido las circunstancias que lo hicieron necesario.
Donde hay un ideal, no hay un proyecto posible
El sionismo no fue un ideal. Fue un proyecto con un sostén histórico, político, social y la solución a un problema real. Como proyecto era tener un territorio, y el retorno de los judíos a ese territorio. El ideal era construir las propias casas, y la vuelta a la tierra.
La vuelta a la tierra era factible en una economía agrícola, cambia cuando se pasa a una economía industrial. Salvar el ideal y no dejarlo crecer, es mantener una economía agrícola sin industrializarla, aunque no pueda competir en el mercado y por lo tanto desaparezca como proyecto.
Reconocer el límite de una economía agrícola, es salir del ideal y garantizar el proyecto. El ideal es el enemigo del proyecto, aunque no exista ideal que no esté sostenido desde un proyecto. Y donde hay un ideal, hay un limite a su posibilidad de acuerdo a las condiciones de existencia reales, que son finalmente las que determinan.
El kibutz cumplió y es probable que cumpla aún una función. Lo que ya no es probable que surja del kibutz la transformación de Israel en un país socialista, mientras que sí es probable que el kibutz ingrese en una economía distinta, para que pueda competir en el mercado.
Conclusiones: donde hay ideal no hay proyecto. El ideal atenta contra la condición humana porque niega las diferencias. La singularidad no tiene destino. Los primeros que lo pensaron son desplazados por los que lo continúan, pues son éstos los que incorporan el mundo de lo real.
Un ideal no es una verdad única ni es para todos. Para un “ente” como fue la Jativá Anilevich era una verdad única, pero no para las personas que lo formábamos. En principio no es una verdad, sino que es un ideal, y mucho menos para siempre.
Por vivir en el ideal no se lo puede pensar, y esa dificultad de no poder pensarlo se proyecta en forma de burla a los que piensan distinto, a los que escriben poesías, atacando a los que publican libros. Si bien Guga puede analizar con objetividad el conflicto con un judaísmo galútico moribundo (fuera del ideal), no puede ver a un kibutz moribundo y que nadie sabe cómo rescatar un proyecto posible, cuando el individualismo desplaza al colectivismo (dentro del ideal).
Aun así, el ideal es para convivir con otros, no para destruirlos y mucho menos, en nombre de Dios y de la Patria.
La terminología en alguna de las cartas que tanto rechazo produjo, al punto de opinar algunos que fue una imprudencia haberlo publicado, es a mi criterio una reacción visceral de quienes la utilizaron, porque el nazismo también encarnaba un Ideal y en términos rigurosos de ideal, ambos se valieron de lo que creyeron necesario para concretarlo.
Como no me asustan las palabras, el contenido del discurso de Guga me interesa porque representa una interpretación tendenciosa de las palabras del otro, y descalificatoria del otro. Compatible con el discurso descalificatorio de la derecha Israelí, o de la izquierda cuando piensa en los mismos términos; de “estás conmigo o en contra mío”, hasta “no hay lugar para los dos”, o “uno o el otro”, y que en algunos ideales incluye la desaparición física del otro. Los ideales tienen aspectos en común: fueron aprendidos antes de entender las palabras que lo representaban, y se fundan sobre la negación de las diferencias, el desprecio por el pensamiento, y la degradación de las mismas cosas.
El ideal es siempre lo puro. Convierte en traidores a todos aquellos que lo piensan, y también a los que piensan distinto, y somos nosotros los impuros los que impedimos que ese ideal se realice y no lo impuro que habita en los que proclaman el ideal.
El antisemitismo moderno y el antisemitismo de siempre
Otra lectura posible del planteo de Guga Kogan es la inversión del sufrimiento como estilo de vida. El sufrimiento es para los israelíes, y para los judíos de la díaspora nos dejó cómo dueños del goce y del dinero. La confirmación que la respuesta de Guga no es a mis palabras, sino a su pensamiento la da su necesidad del sacrificio para sostener un ideal insostenible, que no es compartido por muchos otros que comparten su estilo de vida. Para ser comprendido desde alguna lógica, debiese poder asociarse el sacrificio con goce. En ese sentido la descalificación hablaría de un goce desde el sacrificio, confrontado con otro goce desde el placer.
Eso no significa que mas de uno en Israel sienta una frustración por ver la desintegración de un proyecto nacional, como nosotros vivimos la desintegración de nuestra vida comunitaria
Amigos míos que viven en Israel son los que presentaron mi libro. Fueron shlijim los que nos invitaron al Encuentro, y los que me invitaron a hablar. Con profesores de la Universidad de Tel Aviv o de Jerusalém, o con algunos pensadores sobre el tema del kibutz, me encuentro frecuentemente y con todos logré un hermoso intercambio, en el que ellos aprendieron y yo también, y ninguno de ellos cuestionó mi derecho a hablar.
Comparto el pensamiento de Leonardo Senkman, porque creo que Guga está solo de nosotros. Pero me parece que en Israel, son cada vez más los que piensan como él. Ya Platón expulsaba a los poetas por venir a subvertir un orden.
Tengo presente las palabras de Tata Furmansky respecto al uso del lenguaje del antisemitismo moderno. Aunque fuesen las palabras de alguien emborrachado no de esa alegría que nos vinculaba antes, sino de la borrachera destructiva que sostienen los que viven en un ideal que no resiste lo real, Tata no podrá negar que la forma de descalificación, la burla, el no poder escuchar lo que otro dice, sino lo que necesita para descargar la violencia, además del brutal ataque al pensamiento, la discriminación, el apoderarse de una verdad única y para todos, si bien no es el lenguaje del antisemitismo moderno, si es el lenguaje del antisemitismo de siempre.
¿ Que términos uso Igal Amir para explicar el por qué asesino a Rabin?.
No puedo homologar las palabras de Guga con las de Igal Amir, aunque hay algo en la burla, en la desproporción, en el tono y sobre todo en el desprecio, que mucho lo acerca al tono de los antisemitas.
La respuesta de Soltanovich es la de una persona que asistió al Encuentro. Me aprecia pero no contestó la carta de Guga ni como psicoanalista ni como amigo mío. La contestó como judío que siente que alguien podía cuestionarnos aquello que dijimos, pero no podemos aceptar que se nos cuestione el derecho a decirlo.
Creo que la respuesta del porqué nadie se planteó si la carta de Guga merecía ser publicada, la aporta Pablo Bercovich: - “Como lector, aprecie en la primera los sentimientos de un hombre del Hashomer Hatzair que hizo aliá y hoy trabaja en el kibutz en el ejército como reservista; la segunda, no apta para un periódico de Mapam, por su contenido ni por su forma”.
Ni la palabra Israel, ni kibutz, ni Hashomer Hatzair nombran lo mismo. Tampoco nosotros nombramos lo mismo cuando usamos esos términos. Creímos poseídos por un ideal, que las palabras nombrarían lo mismo para siempre. ¿No será que el haber aprendido que las cosas son para siempre, lo que nos impidió ver lo que estaba pasando en Israel, en el Kibutz, en la comunidad judía e incluso con el mismo ideal?
Mi discurso era una reflexión sobre el ideal
Cuando pronuncié el discurso que motivó tanta confrontación, no me planteé en qué lo sostenía, pero releyéndolo ahora me parece absurdo que alguien hubiera imaginado que vivimos como traidores, o que los que no concretamos el ideal, nos estemos arrastrando.
Creo que lo que más se arrastra es el ideal mismo, y con él un grupo privilegiado que lo utiliza a su propio servicio y no al de los demás.
El Dr. Soltanovich no se equivocó cuando dijo que la respuesta de Guga Kogan era totalitaria. Guga sitúa la muerte de su compañero en un tractor, en la condición de muerto en combate. El derecho de hablar. La burla de los intelectuales. El vincularnos con el dinero, cuando ni siquiera sabe de qué vivimos. La sorpresa: - ¿ Que dije para que me contesten así?.
¿ Tenemos que ser nosotros los responsables de la porción de fracaso que esa vida tuvo, como para generar una respuesta que hasta un ingenuo se daría cuenta, que tiene una violencia que no se ajusta al texto que le dio origen?
Retomar un texto escrito hace ocho años no tendría sentido, si a través de él no buscase explicar una situación.
Creo que esa altanería, esa soberbia, esa imposibilidad de escuchar al otro, esa manera de vincularse con los judíos que viven fuera de Israel, es la conducta de la sociedad israelí. Es la conducta con los árabes, con los orientales, con los rusos y, tal vez la que tienen los israelíes entre sí. De lo que estoy seguro es que no fue la Israel que concibió el movimiento sionista, aunque puedo reconocer que es la Israel posible. No veo motivo de orgullo en ocupar territorios que no son de Israel, aunque reconozco que lo que uno vive, poco tiene que ver con lo que imagino, aunque mucho de ello pudo haberse concretado.
Fueron reflexiones que habían quedado en mí. Me conmovió el ver tanta gente reunida. Como era la primera vez que intervenía en un encuentro tan importante, a pocos días de volver del transplante, me reencontré con muchos amigos y con otros, que en algún momento habíamos compartido un tránsito.
Me habían pedido que dijese algunas palabras en el acto. Fue un hermoso encuentro entre la gente del movimiento que lo preparó, y otros que fuimos convocados por haber pasado por el movimiento.
Cada uno vivía su vida, y vino a compartir una porción de su historia con otros.
Ninguno mostró nostalgia. Ninguno habló de lo maravilloso que pudo haber sido una vida distinta de la que vivía, ni tampoco de lo maravilloso que era la vida que vivía. Nadie ostentó lo que tenía, y ni siquiera lo que era. Hablábamos, que es una costumbre poco frecuente. No fue un encuentro panfletario, y menos un desencuentro entre gente que acusa para no sufrir.
El encuentro del Hashomer Hatzair fue muy cálido, sin reminiscencias y sin preguntarnos si teníamos o no derecho a estar en ese lugar. Fuimos invitados y respondimos masivamente, sin remordimiento, sin culpa, unidos por lo que hoy nos relacionaba.
Mi discurso cumplía una función: contar mi trayectoria en el movimiento en los términos en los que yo podía hacerlo, que era reflexionar acerca del ideal. No hablaba acerca de mí sino del ideal, aunque lo corporizase en mí.
Ocho años después lo retomo. Tenía una cuenta pendiente, y decidí saldarla.
La mentira esencial: aliá, la única verdad
Cada uno utilizó sus propias palabras para expresar lo que desencadenó el hecho de ponernos en contacto con esa porción de fracaso que toda vida tiene, en aquellos que lo pudieron ver, y la violencia que desencadenó en aquellos que decidieron vivir en el fracaso, por no poder verlo.
Creo que la falacia está en imaginar al idealista sin sostén en lo real, e imaginar al realista sin espíritu.
La palabra Jalutz está asociada con el espíritu, y la palabra Doctor con la materia. El Jalutz aparece como no deseante y el Doctor como deseante. El jalutz con una ética y el Doctor sin ética. Doctor esta asociado al goce y al dinero, y Jalutz al trabajo y al sudor.
“Hubo una época que los médicos eran distintos, dice la gente, porque atendían a quien necesitaba. Ahora, sigue diciendo la gente, primero te preguntan si tenés para pagarle y si no tenés, te dicen que vayas al hospital”.
El jalutz es puro, incontaminable. Dice la gente:”Ellos son un ejemplo, desde que vinieron viven de la misma manera. Dan lo que pueden y reciben lo que necesitan. El kibutz no se dejo influir por los cambios exteriores, reina la igualdad, cada uno esta pendiente de lo que le falta al otro, nadie se ocupa de sí mismo”.
Creo que la misión del ideal terminó en el momento en el que cambiaron las condiciones que lo hicieron necesario.
La mentira esencial en la que vivimos fue: aliá, la única verdad. Incluso en la jativá Anilevich ya era una mentira. Era un proyecto para todos, pero en ningún caso una verdad para todos.
Hay preguntas que ya no tienen lugar
La propuesta del discurso intentaba una nueva lectura de la relación Israel- Diáspora. Mi propuesta era que dialoguen en lugar de violentarse. Haber reducido la interpretación de mis palabras a cuestionar mi derecho a decirlas, invalida la ilusión de que el ideal está vacío de materialidad.
Materialidad vinculada a atribuirse el derecho de decidir quién habla y quién no. Indiscutible manejo del poder, que para sostener un ideal puro, se ejerce en nombre de ese mismo ideal.
Está perversión del pensamiento, que también yo compartía, fue a causa de haber tenido la certeza que a los once años mi vida había quedado trazada.
Tal como fue concebido el ideal, fuimos pensados nosotros, y terminamos pensándonos.
¿ Algún padre o madrij podría decirle hoy a su hijo o janij que su vida quedó trazada para siempre por haber nacido en el kibutz?.
La pregunta ya no tiene lugar.
Aparecieron nuevas preguntas
Pero aparecieron nuevas preguntas. El ideal se convirtió en un obstáculo para un intercambio entre nosotros.
Los ideales que tuvimos en los años `50, `60 y `70, nos han dejado restos por lo que no me sorprende que se haya incluído la palabra “moribundo”. Queda abierta una pregunta: ¿Es el ideal, con su emblema de persistir a pesar de lo real, con su desconocimiento de las diferencias, y con su imposibilidad de ser pensado, una condición para producir transformaciones en el mundo en que vivimos? ¿Un proyecto que se sostiene desde lo real, imbuído de espíritu, y abierto a la crítica y al reconocimiento de las diferencias, no es más factible de concretar, pese a no tener el carácter de sagrado?
Si encarnamos el ideal de ser el pueblo elegido, sólo un proyecto imbuído de espíritu nos puede señalar el camino de salida de un ideal, que nos destruye más de lo que sigue construyendonos. Y es otro proyecto imbuído de espíritu, el que logró lo que el kibutz creo, y además que Israel pueda incluir hoy una inmigración como la judeo-rusa que, aunque llegue a unas costas que arden, sea éste su último refugio.
Si se habla de último refugio, no es el ideal el que volcó a los judíos-rusos a Israel, sino la necesidad; y es la necesidad de constituirse en el último refugio y de reencontrar un sentido para esa sociedad, lo que permitió que los israelíes puedan absorberlos.
El ideal es una ilusión. Destruye lo que toca, no deja pensar, aleja a los que piensan y equivoca al destinatario de su propia acción. “Ladran Sancho, señal que le pegamos”.
¿ A quién ? ¿A nosotros ? ¿ Somos nosotros los enemigos de Israel?
En ese caso el ideal cumplió su función. Destruyó el proyecto socialista que lo sostenía,
porqué no pudo sostenerlo, o porque estaba tan ocupado en separarse de todos los impuros que no pudo reconocer lo que pasaba a su alrededor; en lugar de utilizar el pensamiento para poder reconocer a los que ladran, a los que lamentablemente no pudieron pegarles.
El pensamiento hubiese podido poner en contacto a los idealistas con el porcentaje de “derecha” que habita en cada uno de ellos.
El ideal no permite el proyecto, y es únicamente en el proyecto donde podemos reencontrarnos.
Los ideales fueron, son y serán, mientras existan las condiciones que los hagan necesarios. Luego tienen que morir para dar paso al proyecto, que es el lugar en el que pueden hacerse posibles.
Dice un refrán judío: “lo que uno mismo puede hacerse no puede hacer solo ni su peor enemigo”.
Y para lo que terminamos haciéndonos entre nosotros, alcanza con que cada uno despliegue lo que tiene oculto, ya que el mantenerlo oculto no impide que actúe, y termina deseando lo opuesto a lo que proclama desde el ideal.
lunes, 11 de junio de 2007
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