domingo, 17 de junio de 2007
jueves, 14 de junio de 2007
Shloshim-30
Han pasado 30 días de la desaparición física de nuestro querido Janan, otra etapa en el duelo según nuestra milenaria tradición y cultura. Primero pasó la semana, hoy se cumple un mes y luego vendrá el año. Nosotros no veneramos la muerte, por el contrario honramos la vida y es por eso que de Janan, luego de su partida, rescatamos su intensa y rica vida tanto en lo personal como en la entrega a sus semejantes.
Janan sigue muy presente en todos nosotros, solo lo físico de el no está en este mundo, su espíritu, sus huellas y su lucha están en todos aquellos que lo quisimos, conocimos y aprendimos de el un camino de vida y una forma de mirar el mundo. Es en ese lugar en el cual Janan encontrará vida eterna, en el permanente recuerdo que todos y cada uno tiene por el. En el amor, en la acción, en la lucha por un mundo mejor y más justo y en todos aquellos valores por los que Janan vivió, educo y se comprometió.
Janan hoy estas mas vivo que nunca!!!.
Janan sigue muy presente en todos nosotros, solo lo físico de el no está en este mundo, su espíritu, sus huellas y su lucha están en todos aquellos que lo quisimos, conocimos y aprendimos de el un camino de vida y una forma de mirar el mundo. Es en ese lugar en el cual Janan encontrará vida eterna, en el permanente recuerdo que todos y cada uno tiene por el. En el amor, en la acción, en la lucha por un mundo mejor y más justo y en todos aquellos valores por los que Janan vivió, educo y se comprometió.
Janan hoy estas mas vivo que nunca!!!.
lunes, 11 de junio de 2007
El Ideal
Fue hace ocho años que en este mismo lugar nos convocamos para celebrar el 65 aniversario del Hashomer Hatzair, con la alegría de quienes abren su espíritu para dejar fluir emociones y conmociones, que nos habitaban desde hace años y que después se transformaron en energía para seguir nuestras vidas en el lugar que decidió cada uno.
Ocho años después, nos convocamos nuevamente para recuperar los espacios que desarrollos posteriores nos permitieron desplegar lejos del emblema con el que los adultos consumieron una etapa esencial de nuestras vidas: ser idealistas de jóvenes y realistas de adultos.
Durante esos ocho años escribimos una historia propia con dos atentados que por sus características nos involucraban en un conflicto israelí, pero que en lo real se produjeron en la Argentina, y que fuimos nosotros quienes lo hemos atravesado.
Todos hemos aprendido durante estos años y aquello que decíamos en el Encuentro anterior, ya forma parte de nuestro pasado reciente.
Es parte de mi presente inmediato, haberme puesto en contacto con un rico intercambio de cartas que se produjo a partir de mis palabras en ese Encuentro, y es por eso que hoy estoy aquí, en el Encuentro del 73 aniversario del Hashomer Hatzair, aunque para los demás, por no ser una cifra redonda, no sea motivo suficiente.
Como el Encuentro puede darse en cualquier momento de la vida, quiero festejar el mío en este día.
Párrafo 1
Aquel día de Abril decidí abrir el tema del ideal y su traición. Quisiera transcribir lo que dije y agregar lo que otros dijeron:
1.- Janan: “Los madrijim nos explicaban que queríamos ser la vanguardia del pueblo judío, vivir en el kibutz y dejar de ser una nación extraterritorial. Tener un territorio propio para ser como todos los pueblos. Construir casas y cultivar las tierras con nuestras propias manos.
Palabras que ni siquiera entendíamos, pero que tuvieron con el sostén de la fe, el poder de convertirse en un ideal que comprometía nuestro presente y nuestro futuro....
A los once años, nuestra vida ya estaba trazada y nuestro ideal constituido. A partir de ese momento viví dividido en dos”.
2.- Soltanovich:.. “En general, sobre todos quienes no supimos, no pudimos o, simple y honradamente no quisimos llevar hasta sus últimas instancias un supuesto compromiso adolescente, con un ideario que un rodeo pudoroso lleva a designar como sionista realizador.
Acabo de escribir un supuesto-compromiso-adolescente. ¿Cómo denominar, sinó, un
compromiso de aliá, arrancado a chicos y chicas cuya edad y condición lo hace insanablemente nulo ante la ley?
3.- Bercovich: “Según el doctor que replica el jalutz, quienes hicieron aliá, saliendo de las filas del Hashomer Hatzair y amamantando su prédica, son o deberían ser declarados jurídicamente incapaces, y su aliá de nulidad absoluta como los actos de los dementes, porque responderían a compromisos asumidos en la adolescencia y, en consecuencia, carentes de valor; habría, pues, que nombrar un curador para los miles de “Shomernikes” de Yad Mordejai, Mishmar Hanegueb, Gaash, Gazit, Ramat Hashofet, Lehavot Habashan, etc.; internarlos en un campo de discapacitados, a los cuales vendrían los “doctores” para hacerles, desde su adultez o vejez, reflexiones sobre el sionismo”.
4.- Guga K.: “Así que la decisión de hacer aliá, después de militar en un movimiento sionista, es para usted nada mas ni nada menos que un supuesto compromiso adolescente, que unos irresponsables violadores de menores han “arrancado a chicos y chicas cuya edad y condición, lo hacen insanablemente nulo ante la ley...” ¿ ante la ley de quién hay que responder cuando se asume un compromiso con un pueblo? ¿ y usted se llama a sí mismo sionista?”
Párrafo 2
1.- Janan: “Haber sido miembro de Hashomer Hatzair es seguir viviendo con la convicción de haber traicionado un ideal y también, de haber traicionado el ideal puesto en uno.
El realista estaba convencido que lo mejor era decidir una manera de vivir aunque no fuese la ideal, mientras que el idealista no quería renunciar a vivir en el ideal. El idealista no admitía que a través de la indecisión confundía el pasado con el presente, y se proyectaba hacia el futuro con un ideal que aún podría concretar. El realista admitía que el ideal era del pasado, pero que no le daba futuro al presente. Nuestra vida cotidiana transcurría en un espacio, un tiempo y un proyecto que desde el ideal no podíamos vivir como propio. Uno de los dos debía ceder para no vivir siempre como dos”.
2.- Guga K.: “Para no “vivir como dos”, desgarrado entre el realismo y el idealismo, Nudel optó por ser inconsecuente con sus ideales y vivir sabiendo que “haber sido del Hashomer Hatzair es vivir con la convicción de haber traicionado un ideal, y también (pongan mucha atención ), de haber traicionado el ideal puesto en uno”.
Resulta de todo eso que los anormales son aquellos que no renunciaron al ideal, o los que no se quedaron a cantar en el coro del maestro Silberleib. Esos tarados que todavía yugan el jamsín y se creen ( pobres ilusos ) que son parte de la vanguardia de un pueblo judío imaginario (?) que nos mostraba pero que no nos incluía...
3.- Senkman: “Quizás haya habido alguna vez dirigentes honestos del Hashomer Hatzair que confesaron “haber traicionado al ideal puesto en uno”. Pero no me cabe la menor duda que gracias a Janan Nudel, escuchamos por primera vez a alguien que asume esa cuota de fracaso personal, debido al hecho de haber abandonado el ideal “en lugar de seguirlo de la manera posible”.
Janan confiesa en voz alta un Al Jet colectivo: “hay un ideal posible. Lo hizo imposible que lo aprendiéramos antes de entender las palabras que lo representaban”.
Cuando era chico, el ideal me parecía grande.
Mi intención de retomar el tema hoy, no se vincula con los protagonistas y, sí con el protagonismo que me hizo comprender que, de chico, había quedado atrapado en un ideal, por no haber entendido las palabras, y ya de grande, quedé atrapado entendiendo las palabras, pero no entendiendo el ideal.
Había confundido el espíritu con el ideal, el deseo de trascendencia con una versión de la vida que, enmarcada dentro del ideal, en el acto de hacerse sagrado inventaba lo profano.
Crecido en una familia religiosa, obsesionado por lo permitido y lo prohibido, busqué sin saberlo un lugar que me separase de lo religioso para sentirme libre, y me encontré con otro lugar, cuyos castigos eran tan severos como los anteriores, esta vez con la certeza de haberlo elegido por mí mismo.
A los diez años un sábado a la tarde fui al cine con mi familia. Cuando llegué al ken mi kvutzá (grupo) hacía una presentación. Como se acercaba el campamento, la representación consistía en que todos estaban durmiendo en el piso, y uno se despertaba y decía: -“Qué agujero grande tiene la carpa”.
Comenzaba a aprender el ideal, cuando mi madrij (instructor) me dijo que no podía participar porque me había ido a la tarde al cine, en lugar de haber llegado a las tres.
No fue necesario que nadie me dijese nada más porque ya se había constituído en mí el shomer (guardián) de mi comportamiento, y de los demás.
Años después supe quién había sido Stalin. Años antes fui stalinista a muerte, sin saber quién era Stalin.
Cuando tenía once años entré a la escuela secundaria. Mi madrij me llamó para decirme que en el kibutz se necesitaban técnicos, y que para seguir en el movimiento debía seguir industrial. Empecé el industrial. Siete años después me recibí de técnico mecánico. Al año siguiente de haber comenzado el industrial, los que entraron al secundario eligieron las carreras que querían, y siguieron en el movimiento.
A los catorce años nuestro madrij fue expulsado del movimiento por haber tenido relaciones sexuales con su novia. Quedamos impactados de tal manera, que todavía recuerdo cuando nos dijo que la decisión del movimiento había sido justa. Nuestro impacto no fue porque lo habían expulsado, sino porque había tenido relaciones sexuales.
A los quince años con el nuevo madrij salimos a pasear. A dos cuadras del ken una patota nos empezó a gritar “judíos de mierda”.
Nuestro madrij nos pidió que lo esperásemos. Se cruzó enfrente y empezó a caminar entre ellos. Ninguno de ellos hizo nada. Al rato se cruzó y seguimos caminando.
No me quejo, cuento. Solo estoy contando cómo el ideal me fue construyendo y destruyendo al mismo tiempo. Destrucción que no podía ver, por no poder pensar el ideal dentro del ideal, y no poder correrme para entender que pasaba en mí y a mi alrededor.
No estoy buscando responsables. Pero es evidente que algo no había cerrado en mí. Cuando era chico el ideal me parecía grande. Cuando fui adolescente el ideal y yo estábamos en armonía, y cuando fui más grande, el ideal me parecía chico.
El que fracasa es el hombre, nunca el ideal
Ayer me encontré con una amiga que hacía años no veía. Me contó que su marido había fallecido, cosa que ya sabía, y me contó además cómo había fallecido, cosa que yo no sabía. Me conmovió mucho cuando me dijo que antes de morir, alguien le había preguntado a su marido, si se arrepentía de algo de lo vivido, y él le contestó que no, que si volviese a nacer, eligiría vivir la misma vida.
No siempre es necesario llegar a una situación límite para hacerse algunas preguntas. Ni siquiera necesito preguntarme algo sobre mí. Sí, sobre el ideal. Es tratando de entender cómo un “Ideal” que no creció conmigo, en su voracidad de ser para siempre, logró convencerme de que era un traidor, cuando lo había buscado para dejar de sentirme un pecador.
Si la palabra “pecador” y “traidor” son palabras distintas que nombran la misma cosa, “Dios” e “Ideal” son una misma palabra con distintas letras.
Nuestro ideal era para siempre. Mantener el ideal y no reconocerle un límite es haber quedado en la adolescencia del ideal, sin permitirle que crezca, hasta vivir finalmente con los restos de uno, y con los restos de lo que uno idealizó.
Nosotros sabíamos y veíamos. La felicidad de sentirnos orgullosos de ser una vanguardia, nos obligaba a aceptar lo que sabíamos y veíamos, como aquello que aun debíamos superar para poder ser más consecuentes con nuestro ideal.
¿Qué es permitir que un ideal crezca? Que muera. Lo que significa que se hizo posible en la medida de su posibilidad. Después solo le resta morir y con su muerte dar nacimiento a nuevos ideales. No permitirle que crezca, es tenerlo para siempre al costo de no poder ver aquello que transcurre.
¿Pero qué pasaba si yo no podía ser ese técnico? ¿ por qué no podía conocer otra posibilidad? En ese aspecto el ideal se convirtió en un atentado a la condición humana. Si no admite las diferencias para poder ser, ¿ qué camino recorre la diferencia? Si la pureza se consigue a costa de renunciar a lo que cada uno tiene de singular, ¿qué camino recorre la singularidad? La condición para sostener el ideal es desconocer su forma de operar en la realidad; y atreverse a criticarlo ya es una manera de traicionarlo. Como exige no ser pensado impide el cambio entre los que lo comparten, y el intercambio con quienes no lo comparten. Es preferible la destrucción del proyecto, al reconocimiento de que a partir de un momento determinado, es imposible sostenerlo.
El que fracasa es el hombre, nunca el ideal. Reconocerle un límite es una flaqueza del hombre y para poder sostenerlo es necesario desconocerse, y desconocer las condiciones de existencia reales. ¿ Será cierto que los seres humanos queremos ser iguales, y que deseamos lo mismo? En las experiencias que me tocaron vivir, ninguna propuesta idealista pudo resolverse en un lugar que no fuese su contrario. Contrario, no por ser el buscado, sino porque se necesita salir de un lugar, no importa hacia dónde, y el que aparece es justamente el que se iba construyendo en silencio desde el rechazo, cuando en voz alta se seguía proclamando el ideal adolescente, habiendo desaparecido las circunstancias que lo hicieron necesario.
Donde hay un ideal, no hay un proyecto posible
El sionismo no fue un ideal. Fue un proyecto con un sostén histórico, político, social y la solución a un problema real. Como proyecto era tener un territorio, y el retorno de los judíos a ese territorio. El ideal era construir las propias casas, y la vuelta a la tierra.
La vuelta a la tierra era factible en una economía agrícola, cambia cuando se pasa a una economía industrial. Salvar el ideal y no dejarlo crecer, es mantener una economía agrícola sin industrializarla, aunque no pueda competir en el mercado y por lo tanto desaparezca como proyecto.
Reconocer el límite de una economía agrícola, es salir del ideal y garantizar el proyecto. El ideal es el enemigo del proyecto, aunque no exista ideal que no esté sostenido desde un proyecto. Y donde hay un ideal, hay un limite a su posibilidad de acuerdo a las condiciones de existencia reales, que son finalmente las que determinan.
El kibutz cumplió y es probable que cumpla aún una función. Lo que ya no es probable que surja del kibutz la transformación de Israel en un país socialista, mientras que sí es probable que el kibutz ingrese en una economía distinta, para que pueda competir en el mercado.
Conclusiones: donde hay ideal no hay proyecto. El ideal atenta contra la condición humana porque niega las diferencias. La singularidad no tiene destino. Los primeros que lo pensaron son desplazados por los que lo continúan, pues son éstos los que incorporan el mundo de lo real.
Un ideal no es una verdad única ni es para todos. Para un “ente” como fue la Jativá Anilevich era una verdad única, pero no para las personas que lo formábamos. En principio no es una verdad, sino que es un ideal, y mucho menos para siempre.
Por vivir en el ideal no se lo puede pensar, y esa dificultad de no poder pensarlo se proyecta en forma de burla a los que piensan distinto, a los que escriben poesías, atacando a los que publican libros. Si bien Guga puede analizar con objetividad el conflicto con un judaísmo galútico moribundo (fuera del ideal), no puede ver a un kibutz moribundo y que nadie sabe cómo rescatar un proyecto posible, cuando el individualismo desplaza al colectivismo (dentro del ideal).
Aun así, el ideal es para convivir con otros, no para destruirlos y mucho menos, en nombre de Dios y de la Patria.
La terminología en alguna de las cartas que tanto rechazo produjo, al punto de opinar algunos que fue una imprudencia haberlo publicado, es a mi criterio una reacción visceral de quienes la utilizaron, porque el nazismo también encarnaba un Ideal y en términos rigurosos de ideal, ambos se valieron de lo que creyeron necesario para concretarlo.
Como no me asustan las palabras, el contenido del discurso de Guga me interesa porque representa una interpretación tendenciosa de las palabras del otro, y descalificatoria del otro. Compatible con el discurso descalificatorio de la derecha Israelí, o de la izquierda cuando piensa en los mismos términos; de “estás conmigo o en contra mío”, hasta “no hay lugar para los dos”, o “uno o el otro”, y que en algunos ideales incluye la desaparición física del otro. Los ideales tienen aspectos en común: fueron aprendidos antes de entender las palabras que lo representaban, y se fundan sobre la negación de las diferencias, el desprecio por el pensamiento, y la degradación de las mismas cosas.
El ideal es siempre lo puro. Convierte en traidores a todos aquellos que lo piensan, y también a los que piensan distinto, y somos nosotros los impuros los que impedimos que ese ideal se realice y no lo impuro que habita en los que proclaman el ideal.
El antisemitismo moderno y el antisemitismo de siempre
Otra lectura posible del planteo de Guga Kogan es la inversión del sufrimiento como estilo de vida. El sufrimiento es para los israelíes, y para los judíos de la díaspora nos dejó cómo dueños del goce y del dinero. La confirmación que la respuesta de Guga no es a mis palabras, sino a su pensamiento la da su necesidad del sacrificio para sostener un ideal insostenible, que no es compartido por muchos otros que comparten su estilo de vida. Para ser comprendido desde alguna lógica, debiese poder asociarse el sacrificio con goce. En ese sentido la descalificación hablaría de un goce desde el sacrificio, confrontado con otro goce desde el placer.
Eso no significa que mas de uno en Israel sienta una frustración por ver la desintegración de un proyecto nacional, como nosotros vivimos la desintegración de nuestra vida comunitaria
Amigos míos que viven en Israel son los que presentaron mi libro. Fueron shlijim los que nos invitaron al Encuentro, y los que me invitaron a hablar. Con profesores de la Universidad de Tel Aviv o de Jerusalém, o con algunos pensadores sobre el tema del kibutz, me encuentro frecuentemente y con todos logré un hermoso intercambio, en el que ellos aprendieron y yo también, y ninguno de ellos cuestionó mi derecho a hablar.
Comparto el pensamiento de Leonardo Senkman, porque creo que Guga está solo de nosotros. Pero me parece que en Israel, son cada vez más los que piensan como él. Ya Platón expulsaba a los poetas por venir a subvertir un orden.
Tengo presente las palabras de Tata Furmansky respecto al uso del lenguaje del antisemitismo moderno. Aunque fuesen las palabras de alguien emborrachado no de esa alegría que nos vinculaba antes, sino de la borrachera destructiva que sostienen los que viven en un ideal que no resiste lo real, Tata no podrá negar que la forma de descalificación, la burla, el no poder escuchar lo que otro dice, sino lo que necesita para descargar la violencia, además del brutal ataque al pensamiento, la discriminación, el apoderarse de una verdad única y para todos, si bien no es el lenguaje del antisemitismo moderno, si es el lenguaje del antisemitismo de siempre.
¿ Que términos uso Igal Amir para explicar el por qué asesino a Rabin?.
No puedo homologar las palabras de Guga con las de Igal Amir, aunque hay algo en la burla, en la desproporción, en el tono y sobre todo en el desprecio, que mucho lo acerca al tono de los antisemitas.
La respuesta de Soltanovich es la de una persona que asistió al Encuentro. Me aprecia pero no contestó la carta de Guga ni como psicoanalista ni como amigo mío. La contestó como judío que siente que alguien podía cuestionarnos aquello que dijimos, pero no podemos aceptar que se nos cuestione el derecho a decirlo.
Creo que la respuesta del porqué nadie se planteó si la carta de Guga merecía ser publicada, la aporta Pablo Bercovich: - “Como lector, aprecie en la primera los sentimientos de un hombre del Hashomer Hatzair que hizo aliá y hoy trabaja en el kibutz en el ejército como reservista; la segunda, no apta para un periódico de Mapam, por su contenido ni por su forma”.
Ni la palabra Israel, ni kibutz, ni Hashomer Hatzair nombran lo mismo. Tampoco nosotros nombramos lo mismo cuando usamos esos términos. Creímos poseídos por un ideal, que las palabras nombrarían lo mismo para siempre. ¿No será que el haber aprendido que las cosas son para siempre, lo que nos impidió ver lo que estaba pasando en Israel, en el Kibutz, en la comunidad judía e incluso con el mismo ideal?
Mi discurso era una reflexión sobre el ideal
Cuando pronuncié el discurso que motivó tanta confrontación, no me planteé en qué lo sostenía, pero releyéndolo ahora me parece absurdo que alguien hubiera imaginado que vivimos como traidores, o que los que no concretamos el ideal, nos estemos arrastrando.
Creo que lo que más se arrastra es el ideal mismo, y con él un grupo privilegiado que lo utiliza a su propio servicio y no al de los demás.
El Dr. Soltanovich no se equivocó cuando dijo que la respuesta de Guga Kogan era totalitaria. Guga sitúa la muerte de su compañero en un tractor, en la condición de muerto en combate. El derecho de hablar. La burla de los intelectuales. El vincularnos con el dinero, cuando ni siquiera sabe de qué vivimos. La sorpresa: - ¿ Que dije para que me contesten así?.
¿ Tenemos que ser nosotros los responsables de la porción de fracaso que esa vida tuvo, como para generar una respuesta que hasta un ingenuo se daría cuenta, que tiene una violencia que no se ajusta al texto que le dio origen?
Retomar un texto escrito hace ocho años no tendría sentido, si a través de él no buscase explicar una situación.
Creo que esa altanería, esa soberbia, esa imposibilidad de escuchar al otro, esa manera de vincularse con los judíos que viven fuera de Israel, es la conducta de la sociedad israelí. Es la conducta con los árabes, con los orientales, con los rusos y, tal vez la que tienen los israelíes entre sí. De lo que estoy seguro es que no fue la Israel que concibió el movimiento sionista, aunque puedo reconocer que es la Israel posible. No veo motivo de orgullo en ocupar territorios que no son de Israel, aunque reconozco que lo que uno vive, poco tiene que ver con lo que imagino, aunque mucho de ello pudo haberse concretado.
Fueron reflexiones que habían quedado en mí. Me conmovió el ver tanta gente reunida. Como era la primera vez que intervenía en un encuentro tan importante, a pocos días de volver del transplante, me reencontré con muchos amigos y con otros, que en algún momento habíamos compartido un tránsito.
Me habían pedido que dijese algunas palabras en el acto. Fue un hermoso encuentro entre la gente del movimiento que lo preparó, y otros que fuimos convocados por haber pasado por el movimiento.
Cada uno vivía su vida, y vino a compartir una porción de su historia con otros.
Ninguno mostró nostalgia. Ninguno habló de lo maravilloso que pudo haber sido una vida distinta de la que vivía, ni tampoco de lo maravilloso que era la vida que vivía. Nadie ostentó lo que tenía, y ni siquiera lo que era. Hablábamos, que es una costumbre poco frecuente. No fue un encuentro panfletario, y menos un desencuentro entre gente que acusa para no sufrir.
El encuentro del Hashomer Hatzair fue muy cálido, sin reminiscencias y sin preguntarnos si teníamos o no derecho a estar en ese lugar. Fuimos invitados y respondimos masivamente, sin remordimiento, sin culpa, unidos por lo que hoy nos relacionaba.
Mi discurso cumplía una función: contar mi trayectoria en el movimiento en los términos en los que yo podía hacerlo, que era reflexionar acerca del ideal. No hablaba acerca de mí sino del ideal, aunque lo corporizase en mí.
Ocho años después lo retomo. Tenía una cuenta pendiente, y decidí saldarla.
La mentira esencial: aliá, la única verdad
Cada uno utilizó sus propias palabras para expresar lo que desencadenó el hecho de ponernos en contacto con esa porción de fracaso que toda vida tiene, en aquellos que lo pudieron ver, y la violencia que desencadenó en aquellos que decidieron vivir en el fracaso, por no poder verlo.
Creo que la falacia está en imaginar al idealista sin sostén en lo real, e imaginar al realista sin espíritu.
La palabra Jalutz está asociada con el espíritu, y la palabra Doctor con la materia. El Jalutz aparece como no deseante y el Doctor como deseante. El jalutz con una ética y el Doctor sin ética. Doctor esta asociado al goce y al dinero, y Jalutz al trabajo y al sudor.
“Hubo una época que los médicos eran distintos, dice la gente, porque atendían a quien necesitaba. Ahora, sigue diciendo la gente, primero te preguntan si tenés para pagarle y si no tenés, te dicen que vayas al hospital”.
El jalutz es puro, incontaminable. Dice la gente:”Ellos son un ejemplo, desde que vinieron viven de la misma manera. Dan lo que pueden y reciben lo que necesitan. El kibutz no se dejo influir por los cambios exteriores, reina la igualdad, cada uno esta pendiente de lo que le falta al otro, nadie se ocupa de sí mismo”.
Creo que la misión del ideal terminó en el momento en el que cambiaron las condiciones que lo hicieron necesario.
La mentira esencial en la que vivimos fue: aliá, la única verdad. Incluso en la jativá Anilevich ya era una mentira. Era un proyecto para todos, pero en ningún caso una verdad para todos.
Hay preguntas que ya no tienen lugar
La propuesta del discurso intentaba una nueva lectura de la relación Israel- Diáspora. Mi propuesta era que dialoguen en lugar de violentarse. Haber reducido la interpretación de mis palabras a cuestionar mi derecho a decirlas, invalida la ilusión de que el ideal está vacío de materialidad.
Materialidad vinculada a atribuirse el derecho de decidir quién habla y quién no. Indiscutible manejo del poder, que para sostener un ideal puro, se ejerce en nombre de ese mismo ideal.
Está perversión del pensamiento, que también yo compartía, fue a causa de haber tenido la certeza que a los once años mi vida había quedado trazada.
Tal como fue concebido el ideal, fuimos pensados nosotros, y terminamos pensándonos.
¿ Algún padre o madrij podría decirle hoy a su hijo o janij que su vida quedó trazada para siempre por haber nacido en el kibutz?.
La pregunta ya no tiene lugar.
Aparecieron nuevas preguntas
Pero aparecieron nuevas preguntas. El ideal se convirtió en un obstáculo para un intercambio entre nosotros.
Los ideales que tuvimos en los años `50, `60 y `70, nos han dejado restos por lo que no me sorprende que se haya incluído la palabra “moribundo”. Queda abierta una pregunta: ¿Es el ideal, con su emblema de persistir a pesar de lo real, con su desconocimiento de las diferencias, y con su imposibilidad de ser pensado, una condición para producir transformaciones en el mundo en que vivimos? ¿Un proyecto que se sostiene desde lo real, imbuído de espíritu, y abierto a la crítica y al reconocimiento de las diferencias, no es más factible de concretar, pese a no tener el carácter de sagrado?
Si encarnamos el ideal de ser el pueblo elegido, sólo un proyecto imbuído de espíritu nos puede señalar el camino de salida de un ideal, que nos destruye más de lo que sigue construyendonos. Y es otro proyecto imbuído de espíritu, el que logró lo que el kibutz creo, y además que Israel pueda incluir hoy una inmigración como la judeo-rusa que, aunque llegue a unas costas que arden, sea éste su último refugio.
Si se habla de último refugio, no es el ideal el que volcó a los judíos-rusos a Israel, sino la necesidad; y es la necesidad de constituirse en el último refugio y de reencontrar un sentido para esa sociedad, lo que permitió que los israelíes puedan absorberlos.
El ideal es una ilusión. Destruye lo que toca, no deja pensar, aleja a los que piensan y equivoca al destinatario de su propia acción. “Ladran Sancho, señal que le pegamos”.
¿ A quién ? ¿A nosotros ? ¿ Somos nosotros los enemigos de Israel?
En ese caso el ideal cumplió su función. Destruyó el proyecto socialista que lo sostenía,
porqué no pudo sostenerlo, o porque estaba tan ocupado en separarse de todos los impuros que no pudo reconocer lo que pasaba a su alrededor; en lugar de utilizar el pensamiento para poder reconocer a los que ladran, a los que lamentablemente no pudieron pegarles.
El pensamiento hubiese podido poner en contacto a los idealistas con el porcentaje de “derecha” que habita en cada uno de ellos.
El ideal no permite el proyecto, y es únicamente en el proyecto donde podemos reencontrarnos.
Los ideales fueron, son y serán, mientras existan las condiciones que los hagan necesarios. Luego tienen que morir para dar paso al proyecto, que es el lugar en el que pueden hacerse posibles.
Dice un refrán judío: “lo que uno mismo puede hacerse no puede hacer solo ni su peor enemigo”.
Y para lo que terminamos haciéndonos entre nosotros, alcanza con que cada uno despliegue lo que tiene oculto, ya que el mantenerlo oculto no impide que actúe, y termina deseando lo opuesto a lo que proclama desde el ideal.
Ocho años después, nos convocamos nuevamente para recuperar los espacios que desarrollos posteriores nos permitieron desplegar lejos del emblema con el que los adultos consumieron una etapa esencial de nuestras vidas: ser idealistas de jóvenes y realistas de adultos.
Durante esos ocho años escribimos una historia propia con dos atentados que por sus características nos involucraban en un conflicto israelí, pero que en lo real se produjeron en la Argentina, y que fuimos nosotros quienes lo hemos atravesado.
Todos hemos aprendido durante estos años y aquello que decíamos en el Encuentro anterior, ya forma parte de nuestro pasado reciente.
Es parte de mi presente inmediato, haberme puesto en contacto con un rico intercambio de cartas que se produjo a partir de mis palabras en ese Encuentro, y es por eso que hoy estoy aquí, en el Encuentro del 73 aniversario del Hashomer Hatzair, aunque para los demás, por no ser una cifra redonda, no sea motivo suficiente.
Como el Encuentro puede darse en cualquier momento de la vida, quiero festejar el mío en este día.
Párrafo 1
Aquel día de Abril decidí abrir el tema del ideal y su traición. Quisiera transcribir lo que dije y agregar lo que otros dijeron:
1.- Janan: “Los madrijim nos explicaban que queríamos ser la vanguardia del pueblo judío, vivir en el kibutz y dejar de ser una nación extraterritorial. Tener un territorio propio para ser como todos los pueblos. Construir casas y cultivar las tierras con nuestras propias manos.
Palabras que ni siquiera entendíamos, pero que tuvieron con el sostén de la fe, el poder de convertirse en un ideal que comprometía nuestro presente y nuestro futuro....
A los once años, nuestra vida ya estaba trazada y nuestro ideal constituido. A partir de ese momento viví dividido en dos”.
2.- Soltanovich:.. “En general, sobre todos quienes no supimos, no pudimos o, simple y honradamente no quisimos llevar hasta sus últimas instancias un supuesto compromiso adolescente, con un ideario que un rodeo pudoroso lleva a designar como sionista realizador.
Acabo de escribir un supuesto-compromiso-adolescente. ¿Cómo denominar, sinó, un
compromiso de aliá, arrancado a chicos y chicas cuya edad y condición lo hace insanablemente nulo ante la ley?
3.- Bercovich: “Según el doctor que replica el jalutz, quienes hicieron aliá, saliendo de las filas del Hashomer Hatzair y amamantando su prédica, son o deberían ser declarados jurídicamente incapaces, y su aliá de nulidad absoluta como los actos de los dementes, porque responderían a compromisos asumidos en la adolescencia y, en consecuencia, carentes de valor; habría, pues, que nombrar un curador para los miles de “Shomernikes” de Yad Mordejai, Mishmar Hanegueb, Gaash, Gazit, Ramat Hashofet, Lehavot Habashan, etc.; internarlos en un campo de discapacitados, a los cuales vendrían los “doctores” para hacerles, desde su adultez o vejez, reflexiones sobre el sionismo”.
4.- Guga K.: “Así que la decisión de hacer aliá, después de militar en un movimiento sionista, es para usted nada mas ni nada menos que un supuesto compromiso adolescente, que unos irresponsables violadores de menores han “arrancado a chicos y chicas cuya edad y condición, lo hacen insanablemente nulo ante la ley...” ¿ ante la ley de quién hay que responder cuando se asume un compromiso con un pueblo? ¿ y usted se llama a sí mismo sionista?”
Párrafo 2
1.- Janan: “Haber sido miembro de Hashomer Hatzair es seguir viviendo con la convicción de haber traicionado un ideal y también, de haber traicionado el ideal puesto en uno.
El realista estaba convencido que lo mejor era decidir una manera de vivir aunque no fuese la ideal, mientras que el idealista no quería renunciar a vivir en el ideal. El idealista no admitía que a través de la indecisión confundía el pasado con el presente, y se proyectaba hacia el futuro con un ideal que aún podría concretar. El realista admitía que el ideal era del pasado, pero que no le daba futuro al presente. Nuestra vida cotidiana transcurría en un espacio, un tiempo y un proyecto que desde el ideal no podíamos vivir como propio. Uno de los dos debía ceder para no vivir siempre como dos”.
2.- Guga K.: “Para no “vivir como dos”, desgarrado entre el realismo y el idealismo, Nudel optó por ser inconsecuente con sus ideales y vivir sabiendo que “haber sido del Hashomer Hatzair es vivir con la convicción de haber traicionado un ideal, y también (pongan mucha atención ), de haber traicionado el ideal puesto en uno”.
Resulta de todo eso que los anormales son aquellos que no renunciaron al ideal, o los que no se quedaron a cantar en el coro del maestro Silberleib. Esos tarados que todavía yugan el jamsín y se creen ( pobres ilusos ) que son parte de la vanguardia de un pueblo judío imaginario (?) que nos mostraba pero que no nos incluía...
3.- Senkman: “Quizás haya habido alguna vez dirigentes honestos del Hashomer Hatzair que confesaron “haber traicionado al ideal puesto en uno”. Pero no me cabe la menor duda que gracias a Janan Nudel, escuchamos por primera vez a alguien que asume esa cuota de fracaso personal, debido al hecho de haber abandonado el ideal “en lugar de seguirlo de la manera posible”.
Janan confiesa en voz alta un Al Jet colectivo: “hay un ideal posible. Lo hizo imposible que lo aprendiéramos antes de entender las palabras que lo representaban”.
Cuando era chico, el ideal me parecía grande.
Mi intención de retomar el tema hoy, no se vincula con los protagonistas y, sí con el protagonismo que me hizo comprender que, de chico, había quedado atrapado en un ideal, por no haber entendido las palabras, y ya de grande, quedé atrapado entendiendo las palabras, pero no entendiendo el ideal.
Había confundido el espíritu con el ideal, el deseo de trascendencia con una versión de la vida que, enmarcada dentro del ideal, en el acto de hacerse sagrado inventaba lo profano.
Crecido en una familia religiosa, obsesionado por lo permitido y lo prohibido, busqué sin saberlo un lugar que me separase de lo religioso para sentirme libre, y me encontré con otro lugar, cuyos castigos eran tan severos como los anteriores, esta vez con la certeza de haberlo elegido por mí mismo.
A los diez años un sábado a la tarde fui al cine con mi familia. Cuando llegué al ken mi kvutzá (grupo) hacía una presentación. Como se acercaba el campamento, la representación consistía en que todos estaban durmiendo en el piso, y uno se despertaba y decía: -“Qué agujero grande tiene la carpa”.
Comenzaba a aprender el ideal, cuando mi madrij (instructor) me dijo que no podía participar porque me había ido a la tarde al cine, en lugar de haber llegado a las tres.
No fue necesario que nadie me dijese nada más porque ya se había constituído en mí el shomer (guardián) de mi comportamiento, y de los demás.
Años después supe quién había sido Stalin. Años antes fui stalinista a muerte, sin saber quién era Stalin.
Cuando tenía once años entré a la escuela secundaria. Mi madrij me llamó para decirme que en el kibutz se necesitaban técnicos, y que para seguir en el movimiento debía seguir industrial. Empecé el industrial. Siete años después me recibí de técnico mecánico. Al año siguiente de haber comenzado el industrial, los que entraron al secundario eligieron las carreras que querían, y siguieron en el movimiento.
A los catorce años nuestro madrij fue expulsado del movimiento por haber tenido relaciones sexuales con su novia. Quedamos impactados de tal manera, que todavía recuerdo cuando nos dijo que la decisión del movimiento había sido justa. Nuestro impacto no fue porque lo habían expulsado, sino porque había tenido relaciones sexuales.
A los quince años con el nuevo madrij salimos a pasear. A dos cuadras del ken una patota nos empezó a gritar “judíos de mierda”.
Nuestro madrij nos pidió que lo esperásemos. Se cruzó enfrente y empezó a caminar entre ellos. Ninguno de ellos hizo nada. Al rato se cruzó y seguimos caminando.
No me quejo, cuento. Solo estoy contando cómo el ideal me fue construyendo y destruyendo al mismo tiempo. Destrucción que no podía ver, por no poder pensar el ideal dentro del ideal, y no poder correrme para entender que pasaba en mí y a mi alrededor.
No estoy buscando responsables. Pero es evidente que algo no había cerrado en mí. Cuando era chico el ideal me parecía grande. Cuando fui adolescente el ideal y yo estábamos en armonía, y cuando fui más grande, el ideal me parecía chico.
El que fracasa es el hombre, nunca el ideal
Ayer me encontré con una amiga que hacía años no veía. Me contó que su marido había fallecido, cosa que ya sabía, y me contó además cómo había fallecido, cosa que yo no sabía. Me conmovió mucho cuando me dijo que antes de morir, alguien le había preguntado a su marido, si se arrepentía de algo de lo vivido, y él le contestó que no, que si volviese a nacer, eligiría vivir la misma vida.
No siempre es necesario llegar a una situación límite para hacerse algunas preguntas. Ni siquiera necesito preguntarme algo sobre mí. Sí, sobre el ideal. Es tratando de entender cómo un “Ideal” que no creció conmigo, en su voracidad de ser para siempre, logró convencerme de que era un traidor, cuando lo había buscado para dejar de sentirme un pecador.
Si la palabra “pecador” y “traidor” son palabras distintas que nombran la misma cosa, “Dios” e “Ideal” son una misma palabra con distintas letras.
Nuestro ideal era para siempre. Mantener el ideal y no reconocerle un límite es haber quedado en la adolescencia del ideal, sin permitirle que crezca, hasta vivir finalmente con los restos de uno, y con los restos de lo que uno idealizó.
Nosotros sabíamos y veíamos. La felicidad de sentirnos orgullosos de ser una vanguardia, nos obligaba a aceptar lo que sabíamos y veíamos, como aquello que aun debíamos superar para poder ser más consecuentes con nuestro ideal.
¿Qué es permitir que un ideal crezca? Que muera. Lo que significa que se hizo posible en la medida de su posibilidad. Después solo le resta morir y con su muerte dar nacimiento a nuevos ideales. No permitirle que crezca, es tenerlo para siempre al costo de no poder ver aquello que transcurre.
¿Pero qué pasaba si yo no podía ser ese técnico? ¿ por qué no podía conocer otra posibilidad? En ese aspecto el ideal se convirtió en un atentado a la condición humana. Si no admite las diferencias para poder ser, ¿ qué camino recorre la diferencia? Si la pureza se consigue a costa de renunciar a lo que cada uno tiene de singular, ¿qué camino recorre la singularidad? La condición para sostener el ideal es desconocer su forma de operar en la realidad; y atreverse a criticarlo ya es una manera de traicionarlo. Como exige no ser pensado impide el cambio entre los que lo comparten, y el intercambio con quienes no lo comparten. Es preferible la destrucción del proyecto, al reconocimiento de que a partir de un momento determinado, es imposible sostenerlo.
El que fracasa es el hombre, nunca el ideal. Reconocerle un límite es una flaqueza del hombre y para poder sostenerlo es necesario desconocerse, y desconocer las condiciones de existencia reales. ¿ Será cierto que los seres humanos queremos ser iguales, y que deseamos lo mismo? En las experiencias que me tocaron vivir, ninguna propuesta idealista pudo resolverse en un lugar que no fuese su contrario. Contrario, no por ser el buscado, sino porque se necesita salir de un lugar, no importa hacia dónde, y el que aparece es justamente el que se iba construyendo en silencio desde el rechazo, cuando en voz alta se seguía proclamando el ideal adolescente, habiendo desaparecido las circunstancias que lo hicieron necesario.
Donde hay un ideal, no hay un proyecto posible
El sionismo no fue un ideal. Fue un proyecto con un sostén histórico, político, social y la solución a un problema real. Como proyecto era tener un territorio, y el retorno de los judíos a ese territorio. El ideal era construir las propias casas, y la vuelta a la tierra.
La vuelta a la tierra era factible en una economía agrícola, cambia cuando se pasa a una economía industrial. Salvar el ideal y no dejarlo crecer, es mantener una economía agrícola sin industrializarla, aunque no pueda competir en el mercado y por lo tanto desaparezca como proyecto.
Reconocer el límite de una economía agrícola, es salir del ideal y garantizar el proyecto. El ideal es el enemigo del proyecto, aunque no exista ideal que no esté sostenido desde un proyecto. Y donde hay un ideal, hay un limite a su posibilidad de acuerdo a las condiciones de existencia reales, que son finalmente las que determinan.
El kibutz cumplió y es probable que cumpla aún una función. Lo que ya no es probable que surja del kibutz la transformación de Israel en un país socialista, mientras que sí es probable que el kibutz ingrese en una economía distinta, para que pueda competir en el mercado.
Conclusiones: donde hay ideal no hay proyecto. El ideal atenta contra la condición humana porque niega las diferencias. La singularidad no tiene destino. Los primeros que lo pensaron son desplazados por los que lo continúan, pues son éstos los que incorporan el mundo de lo real.
Un ideal no es una verdad única ni es para todos. Para un “ente” como fue la Jativá Anilevich era una verdad única, pero no para las personas que lo formábamos. En principio no es una verdad, sino que es un ideal, y mucho menos para siempre.
Por vivir en el ideal no se lo puede pensar, y esa dificultad de no poder pensarlo se proyecta en forma de burla a los que piensan distinto, a los que escriben poesías, atacando a los que publican libros. Si bien Guga puede analizar con objetividad el conflicto con un judaísmo galútico moribundo (fuera del ideal), no puede ver a un kibutz moribundo y que nadie sabe cómo rescatar un proyecto posible, cuando el individualismo desplaza al colectivismo (dentro del ideal).
Aun así, el ideal es para convivir con otros, no para destruirlos y mucho menos, en nombre de Dios y de la Patria.
La terminología en alguna de las cartas que tanto rechazo produjo, al punto de opinar algunos que fue una imprudencia haberlo publicado, es a mi criterio una reacción visceral de quienes la utilizaron, porque el nazismo también encarnaba un Ideal y en términos rigurosos de ideal, ambos se valieron de lo que creyeron necesario para concretarlo.
Como no me asustan las palabras, el contenido del discurso de Guga me interesa porque representa una interpretación tendenciosa de las palabras del otro, y descalificatoria del otro. Compatible con el discurso descalificatorio de la derecha Israelí, o de la izquierda cuando piensa en los mismos términos; de “estás conmigo o en contra mío”, hasta “no hay lugar para los dos”, o “uno o el otro”, y que en algunos ideales incluye la desaparición física del otro. Los ideales tienen aspectos en común: fueron aprendidos antes de entender las palabras que lo representaban, y se fundan sobre la negación de las diferencias, el desprecio por el pensamiento, y la degradación de las mismas cosas.
El ideal es siempre lo puro. Convierte en traidores a todos aquellos que lo piensan, y también a los que piensan distinto, y somos nosotros los impuros los que impedimos que ese ideal se realice y no lo impuro que habita en los que proclaman el ideal.
El antisemitismo moderno y el antisemitismo de siempre
Otra lectura posible del planteo de Guga Kogan es la inversión del sufrimiento como estilo de vida. El sufrimiento es para los israelíes, y para los judíos de la díaspora nos dejó cómo dueños del goce y del dinero. La confirmación que la respuesta de Guga no es a mis palabras, sino a su pensamiento la da su necesidad del sacrificio para sostener un ideal insostenible, que no es compartido por muchos otros que comparten su estilo de vida. Para ser comprendido desde alguna lógica, debiese poder asociarse el sacrificio con goce. En ese sentido la descalificación hablaría de un goce desde el sacrificio, confrontado con otro goce desde el placer.
Eso no significa que mas de uno en Israel sienta una frustración por ver la desintegración de un proyecto nacional, como nosotros vivimos la desintegración de nuestra vida comunitaria
Amigos míos que viven en Israel son los que presentaron mi libro. Fueron shlijim los que nos invitaron al Encuentro, y los que me invitaron a hablar. Con profesores de la Universidad de Tel Aviv o de Jerusalém, o con algunos pensadores sobre el tema del kibutz, me encuentro frecuentemente y con todos logré un hermoso intercambio, en el que ellos aprendieron y yo también, y ninguno de ellos cuestionó mi derecho a hablar.
Comparto el pensamiento de Leonardo Senkman, porque creo que Guga está solo de nosotros. Pero me parece que en Israel, son cada vez más los que piensan como él. Ya Platón expulsaba a los poetas por venir a subvertir un orden.
Tengo presente las palabras de Tata Furmansky respecto al uso del lenguaje del antisemitismo moderno. Aunque fuesen las palabras de alguien emborrachado no de esa alegría que nos vinculaba antes, sino de la borrachera destructiva que sostienen los que viven en un ideal que no resiste lo real, Tata no podrá negar que la forma de descalificación, la burla, el no poder escuchar lo que otro dice, sino lo que necesita para descargar la violencia, además del brutal ataque al pensamiento, la discriminación, el apoderarse de una verdad única y para todos, si bien no es el lenguaje del antisemitismo moderno, si es el lenguaje del antisemitismo de siempre.
¿ Que términos uso Igal Amir para explicar el por qué asesino a Rabin?.
No puedo homologar las palabras de Guga con las de Igal Amir, aunque hay algo en la burla, en la desproporción, en el tono y sobre todo en el desprecio, que mucho lo acerca al tono de los antisemitas.
La respuesta de Soltanovich es la de una persona que asistió al Encuentro. Me aprecia pero no contestó la carta de Guga ni como psicoanalista ni como amigo mío. La contestó como judío que siente que alguien podía cuestionarnos aquello que dijimos, pero no podemos aceptar que se nos cuestione el derecho a decirlo.
Creo que la respuesta del porqué nadie se planteó si la carta de Guga merecía ser publicada, la aporta Pablo Bercovich: - “Como lector, aprecie en la primera los sentimientos de un hombre del Hashomer Hatzair que hizo aliá y hoy trabaja en el kibutz en el ejército como reservista; la segunda, no apta para un periódico de Mapam, por su contenido ni por su forma”.
Ni la palabra Israel, ni kibutz, ni Hashomer Hatzair nombran lo mismo. Tampoco nosotros nombramos lo mismo cuando usamos esos términos. Creímos poseídos por un ideal, que las palabras nombrarían lo mismo para siempre. ¿No será que el haber aprendido que las cosas son para siempre, lo que nos impidió ver lo que estaba pasando en Israel, en el Kibutz, en la comunidad judía e incluso con el mismo ideal?
Mi discurso era una reflexión sobre el ideal
Cuando pronuncié el discurso que motivó tanta confrontación, no me planteé en qué lo sostenía, pero releyéndolo ahora me parece absurdo que alguien hubiera imaginado que vivimos como traidores, o que los que no concretamos el ideal, nos estemos arrastrando.
Creo que lo que más se arrastra es el ideal mismo, y con él un grupo privilegiado que lo utiliza a su propio servicio y no al de los demás.
El Dr. Soltanovich no se equivocó cuando dijo que la respuesta de Guga Kogan era totalitaria. Guga sitúa la muerte de su compañero en un tractor, en la condición de muerto en combate. El derecho de hablar. La burla de los intelectuales. El vincularnos con el dinero, cuando ni siquiera sabe de qué vivimos. La sorpresa: - ¿ Que dije para que me contesten así?.
¿ Tenemos que ser nosotros los responsables de la porción de fracaso que esa vida tuvo, como para generar una respuesta que hasta un ingenuo se daría cuenta, que tiene una violencia que no se ajusta al texto que le dio origen?
Retomar un texto escrito hace ocho años no tendría sentido, si a través de él no buscase explicar una situación.
Creo que esa altanería, esa soberbia, esa imposibilidad de escuchar al otro, esa manera de vincularse con los judíos que viven fuera de Israel, es la conducta de la sociedad israelí. Es la conducta con los árabes, con los orientales, con los rusos y, tal vez la que tienen los israelíes entre sí. De lo que estoy seguro es que no fue la Israel que concibió el movimiento sionista, aunque puedo reconocer que es la Israel posible. No veo motivo de orgullo en ocupar territorios que no son de Israel, aunque reconozco que lo que uno vive, poco tiene que ver con lo que imagino, aunque mucho de ello pudo haberse concretado.
Fueron reflexiones que habían quedado en mí. Me conmovió el ver tanta gente reunida. Como era la primera vez que intervenía en un encuentro tan importante, a pocos días de volver del transplante, me reencontré con muchos amigos y con otros, que en algún momento habíamos compartido un tránsito.
Me habían pedido que dijese algunas palabras en el acto. Fue un hermoso encuentro entre la gente del movimiento que lo preparó, y otros que fuimos convocados por haber pasado por el movimiento.
Cada uno vivía su vida, y vino a compartir una porción de su historia con otros.
Ninguno mostró nostalgia. Ninguno habló de lo maravilloso que pudo haber sido una vida distinta de la que vivía, ni tampoco de lo maravilloso que era la vida que vivía. Nadie ostentó lo que tenía, y ni siquiera lo que era. Hablábamos, que es una costumbre poco frecuente. No fue un encuentro panfletario, y menos un desencuentro entre gente que acusa para no sufrir.
El encuentro del Hashomer Hatzair fue muy cálido, sin reminiscencias y sin preguntarnos si teníamos o no derecho a estar en ese lugar. Fuimos invitados y respondimos masivamente, sin remordimiento, sin culpa, unidos por lo que hoy nos relacionaba.
Mi discurso cumplía una función: contar mi trayectoria en el movimiento en los términos en los que yo podía hacerlo, que era reflexionar acerca del ideal. No hablaba acerca de mí sino del ideal, aunque lo corporizase en mí.
Ocho años después lo retomo. Tenía una cuenta pendiente, y decidí saldarla.
La mentira esencial: aliá, la única verdad
Cada uno utilizó sus propias palabras para expresar lo que desencadenó el hecho de ponernos en contacto con esa porción de fracaso que toda vida tiene, en aquellos que lo pudieron ver, y la violencia que desencadenó en aquellos que decidieron vivir en el fracaso, por no poder verlo.
Creo que la falacia está en imaginar al idealista sin sostén en lo real, e imaginar al realista sin espíritu.
La palabra Jalutz está asociada con el espíritu, y la palabra Doctor con la materia. El Jalutz aparece como no deseante y el Doctor como deseante. El jalutz con una ética y el Doctor sin ética. Doctor esta asociado al goce y al dinero, y Jalutz al trabajo y al sudor.
“Hubo una época que los médicos eran distintos, dice la gente, porque atendían a quien necesitaba. Ahora, sigue diciendo la gente, primero te preguntan si tenés para pagarle y si no tenés, te dicen que vayas al hospital”.
El jalutz es puro, incontaminable. Dice la gente:”Ellos son un ejemplo, desde que vinieron viven de la misma manera. Dan lo que pueden y reciben lo que necesitan. El kibutz no se dejo influir por los cambios exteriores, reina la igualdad, cada uno esta pendiente de lo que le falta al otro, nadie se ocupa de sí mismo”.
Creo que la misión del ideal terminó en el momento en el que cambiaron las condiciones que lo hicieron necesario.
La mentira esencial en la que vivimos fue: aliá, la única verdad. Incluso en la jativá Anilevich ya era una mentira. Era un proyecto para todos, pero en ningún caso una verdad para todos.
Hay preguntas que ya no tienen lugar
La propuesta del discurso intentaba una nueva lectura de la relación Israel- Diáspora. Mi propuesta era que dialoguen en lugar de violentarse. Haber reducido la interpretación de mis palabras a cuestionar mi derecho a decirlas, invalida la ilusión de que el ideal está vacío de materialidad.
Materialidad vinculada a atribuirse el derecho de decidir quién habla y quién no. Indiscutible manejo del poder, que para sostener un ideal puro, se ejerce en nombre de ese mismo ideal.
Está perversión del pensamiento, que también yo compartía, fue a causa de haber tenido la certeza que a los once años mi vida había quedado trazada.
Tal como fue concebido el ideal, fuimos pensados nosotros, y terminamos pensándonos.
¿ Algún padre o madrij podría decirle hoy a su hijo o janij que su vida quedó trazada para siempre por haber nacido en el kibutz?.
La pregunta ya no tiene lugar.
Aparecieron nuevas preguntas
Pero aparecieron nuevas preguntas. El ideal se convirtió en un obstáculo para un intercambio entre nosotros.
Los ideales que tuvimos en los años `50, `60 y `70, nos han dejado restos por lo que no me sorprende que se haya incluído la palabra “moribundo”. Queda abierta una pregunta: ¿Es el ideal, con su emblema de persistir a pesar de lo real, con su desconocimiento de las diferencias, y con su imposibilidad de ser pensado, una condición para producir transformaciones en el mundo en que vivimos? ¿Un proyecto que se sostiene desde lo real, imbuído de espíritu, y abierto a la crítica y al reconocimiento de las diferencias, no es más factible de concretar, pese a no tener el carácter de sagrado?
Si encarnamos el ideal de ser el pueblo elegido, sólo un proyecto imbuído de espíritu nos puede señalar el camino de salida de un ideal, que nos destruye más de lo que sigue construyendonos. Y es otro proyecto imbuído de espíritu, el que logró lo que el kibutz creo, y además que Israel pueda incluir hoy una inmigración como la judeo-rusa que, aunque llegue a unas costas que arden, sea éste su último refugio.
Si se habla de último refugio, no es el ideal el que volcó a los judíos-rusos a Israel, sino la necesidad; y es la necesidad de constituirse en el último refugio y de reencontrar un sentido para esa sociedad, lo que permitió que los israelíes puedan absorberlos.
El ideal es una ilusión. Destruye lo que toca, no deja pensar, aleja a los que piensan y equivoca al destinatario de su propia acción. “Ladran Sancho, señal que le pegamos”.
¿ A quién ? ¿A nosotros ? ¿ Somos nosotros los enemigos de Israel?
En ese caso el ideal cumplió su función. Destruyó el proyecto socialista que lo sostenía,
porqué no pudo sostenerlo, o porque estaba tan ocupado en separarse de todos los impuros que no pudo reconocer lo que pasaba a su alrededor; en lugar de utilizar el pensamiento para poder reconocer a los que ladran, a los que lamentablemente no pudieron pegarles.
El pensamiento hubiese podido poner en contacto a los idealistas con el porcentaje de “derecha” que habita en cada uno de ellos.
El ideal no permite el proyecto, y es únicamente en el proyecto donde podemos reencontrarnos.
Los ideales fueron, son y serán, mientras existan las condiciones que los hagan necesarios. Luego tienen que morir para dar paso al proyecto, que es el lugar en el que pueden hacerse posibles.
Dice un refrán judío: “lo que uno mismo puede hacerse no puede hacer solo ni su peor enemigo”.
Y para lo que terminamos haciéndonos entre nosotros, alcanza con que cada uno despliegue lo que tiene oculto, ya que el mantenerlo oculto no impide que actúe, y termina deseando lo opuesto a lo que proclama desde el ideal.
Frases tomadas de los libros que publicó Janan Nudel
“La vida puede más que la resignación”. Libro: “El Jardín de las delicias”
-“Si querés hacer algo por tu hija, cortá con tu silencio y contale tu historia”. Libro: “Cartas 1999
“Era chico para irse y grande para quedarse”. Libro: “El Jardín de las Delicias”.
“El proyecto de clase es ante todo un atentado al amor”. Libro: El Espacio Comunitario
“Los problemas no son un obstáculo en el trabajo, sino que forman parte de él” Libro: “El Espacio comunitario”
. “Tenia que elegir entre ser madre o ser inteligente”. Libro: El “Jardín de las delicias”.
“Empezaba la oportunidad que le piel dice que puede ser para siempre”. Libro: “Cartas 1999”.
“Si es para siempre nunca podes elegirlo”. Libro: Cartas 1999
“Tenés que elegir entre la vida y la eternidad”. Libro Cartas 1999
“Las ilusiones llenan el vacío de proyecto”. Libro: La comunidad judia en el año 2001
“Cuando hay amor no existe el pecado”. Libro: En el mundo hay lugar para los dos
“Aquello que se transmite es lo que está vivo en uno” Libro: En el mundo hay lugar para los dos
“Te venciste sin rival”. Libro: Cartas 1999.
“Es imposible recuperar el que uno fue sin otro”. Libro: Cartas 1999
“El amor tiene el límite del amor y aquello que trasvasa el amor, cuando no podemos compartirlo impide al convivencia”. Libro: Cartas 1999
“No puedo saber qué me vuelve más loca: si continuar siendo la que no soy o la angustia que me provoca el acercarme a la que quiero ser”. Libro: El jardín de las delicias
Trato de llenar con palabras el vacío de pensamiento que me produjo la sorpresa.
-¿Cómo es posible que cuando te cuento algo que me pasa, lo único que se te ocurre es contarme cómo te pasó a vos?
Cuando cedés la primera vez, terminás siendo el último en enterarte de todo.
-“Si seguís esperando para saber lo que te pasa, es probable que cuando lo sepas ya pasado la oportunidad de poder aclararlo”.
“Lo que descubrí en mis años de soledad, es que la obediencia a Dios no pasa por someterse a otro”.
“La diferencias que percibimos como amenaza, es lo más rico que tenemos”.
“Y una sacralidad que se descompromete de la vida, puede ser realizada en nombre de Dios, pero es un acto contra la vida misma”.
“Ningún acto de generosidad con otro, puede perjudicarlo a uno”.
“Cuando alguno esta más cerca de lo humano, esta más cerca de ser un hombre”.
“Sólo después de vivirlo, comprendí que hay carreras que es necesario terminar, aún a costa de un corte, para que aparezca la carrera que uno quiere seguir”.
Una solidaridad que intenta apropiarse del dolor de las víctimas, es otro atentado.
Recordar es un proyecto de amor, no olvidar es perpetuar una venganza.
No olvidar es la guerra permanente, recordar hace posible la paz.
No es posible una vida sin miedo, pero es posible no hacer del miedo la vida.
Nuestro pasado no tiene futuro, pero nuestra vida sí; tenemos que elegir entre nuestro pasado y nuestra vida.
Amo a los que escriben. Condeno a los que queman los libros.
Condeno a los fundamentalistas. Creo en el futuro.
No creo en la verdad única. Creo en las verdades.
Un ideal ni es una verdad única ni es para todos. Libro “En el mundo hay lugar para los dos”.
Donde hay ideal no hay proyecto posible.
El ideal atenta contra la condición humana porque niega las diferencias.
En principio no es una verdad, es un ideal, y mucho menos para siempre.
No me sorprende que el ideal sea siempre lo puro, convierta en impuro a todos los que piensan distinto.
Recordá que cuando olvidaste el motivo por el que te fuiste, es el momento de empezar a volver. Libro: “Pensión La Rosales”.
-“Si querés hacer algo por tu hija, cortá con tu silencio y contale tu historia”. Libro: “Cartas 1999
“Era chico para irse y grande para quedarse”. Libro: “El Jardín de las Delicias”.
“El proyecto de clase es ante todo un atentado al amor”. Libro: El Espacio Comunitario
“Los problemas no son un obstáculo en el trabajo, sino que forman parte de él” Libro: “El Espacio comunitario”
. “Tenia que elegir entre ser madre o ser inteligente”. Libro: El “Jardín de las delicias”.
“Empezaba la oportunidad que le piel dice que puede ser para siempre”. Libro: “Cartas 1999”.
“Si es para siempre nunca podes elegirlo”. Libro: Cartas 1999
“Tenés que elegir entre la vida y la eternidad”. Libro Cartas 1999
“Las ilusiones llenan el vacío de proyecto”. Libro: La comunidad judia en el año 2001
“Cuando hay amor no existe el pecado”. Libro: En el mundo hay lugar para los dos
“Aquello que se transmite es lo que está vivo en uno” Libro: En el mundo hay lugar para los dos
“Te venciste sin rival”. Libro: Cartas 1999.
“Es imposible recuperar el que uno fue sin otro”. Libro: Cartas 1999
“El amor tiene el límite del amor y aquello que trasvasa el amor, cuando no podemos compartirlo impide al convivencia”. Libro: Cartas 1999
“No puedo saber qué me vuelve más loca: si continuar siendo la que no soy o la angustia que me provoca el acercarme a la que quiero ser”. Libro: El jardín de las delicias
Trato de llenar con palabras el vacío de pensamiento que me produjo la sorpresa.
-¿Cómo es posible que cuando te cuento algo que me pasa, lo único que se te ocurre es contarme cómo te pasó a vos?
Cuando cedés la primera vez, terminás siendo el último en enterarte de todo.
-“Si seguís esperando para saber lo que te pasa, es probable que cuando lo sepas ya pasado la oportunidad de poder aclararlo”.
“Lo que descubrí en mis años de soledad, es que la obediencia a Dios no pasa por someterse a otro”.
“La diferencias que percibimos como amenaza, es lo más rico que tenemos”.
“Y una sacralidad que se descompromete de la vida, puede ser realizada en nombre de Dios, pero es un acto contra la vida misma”.
“Ningún acto de generosidad con otro, puede perjudicarlo a uno”.
“Cuando alguno esta más cerca de lo humano, esta más cerca de ser un hombre”.
“Sólo después de vivirlo, comprendí que hay carreras que es necesario terminar, aún a costa de un corte, para que aparezca la carrera que uno quiere seguir”.
Una solidaridad que intenta apropiarse del dolor de las víctimas, es otro atentado.
Recordar es un proyecto de amor, no olvidar es perpetuar una venganza.
No olvidar es la guerra permanente, recordar hace posible la paz.
No es posible una vida sin miedo, pero es posible no hacer del miedo la vida.
Nuestro pasado no tiene futuro, pero nuestra vida sí; tenemos que elegir entre nuestro pasado y nuestra vida.
Amo a los que escriben. Condeno a los que queman los libros.
Condeno a los fundamentalistas. Creo en el futuro.
No creo en la verdad única. Creo en las verdades.
Un ideal ni es una verdad única ni es para todos. Libro “En el mundo hay lugar para los dos”.
Donde hay ideal no hay proyecto posible.
El ideal atenta contra la condición humana porque niega las diferencias.
En principio no es una verdad, es un ideal, y mucho menos para siempre.
No me sorprende que el ideal sea siempre lo puro, convierta en impuro a todos los que piensan distinto.
Recordá que cuando olvidaste el motivo por el que te fuiste, es el momento de empezar a volver. Libro: “Pensión La Rosales”.
sábado, 9 de junio de 2007
lunes, 4 de junio de 2007
sábado, 2 de junio de 2007
El discurso del 2004-70 años del Hashomer Hatzair
Es de noche. La misma oscuridad me encontró en una estación de tren. Hacía frío. Un grupo de judíos nos habíamos reunido para hablar. Las estufas no funcionaban. Con palabras atenuábamos el frío.
A la salida, sólo en la estación, tenía frío y miedo. Me sentía expuesto a los riesgos exteriores por ser el único en la estación y a los interiores, por no encontrarle sentido a tanto desplazamiento.
Trataba de recuperar el motivo por el cual doce personas que me triplicaban en edad, habían elegido convocarse esa noche, para resolver qué hacer con su judaísmo. No había café y la luz era tan débil que transformo esa reunión para pensar, en una de refugiados tratando de encontrar alguna salida.
Yo era un madrij, un guía que había encontrado su camino en el dar ayuda para que otros encontrasen el suyo.
Había ido en representación de la A.M.I.A. Los judíos se acercaban a nosotros seguros de encontrar respuesta a algunos interrogantes, y a nosotros nos interesaba ayudarlos a encontrarla. Eran jóvenes judíos que querían hacer cosas nuevas y encontraban en nosotros un buen recurso para pensar aquello que se proponían. Los recuerdo con cariño.
El mismo cariño que me invadía cuando, trabajando en el club Oriente, nos encontrábamos a las diez de la mañana en el negocio de alguno de ellos, para conversar sobre un judaísmo trasgresor y resistido, pero auténtico. Aún flotaba un clima de confrontación entre la nueva cultura, y las leyendas y mitos traídos de Oriente, alrededor de poderes que desconocían pero que podían dañarlos.
Nací y crecí en Remedios de Escalada. Bashevis Singer podría haber escrito un hermoso libro sobre los personajes de ese pueblo pequeño con hombres y doñas que hablaban en ídish, con una sinagoga que funcionaba en una casa alquilada cuyo alquiler pagaban entre todos, donde siempre faltaban dos para completar los diez del minian.
De chico no conocí otro judaísmo que el de visitar a los enfermos con una lata de duraznos en almíbar, comer pan Goldstein con pastrón, o vivir en una casa donde se hacía queso de ricota o vino de Pesaj.
Cuando el amor por ese judaísmo comenzó a ceder porque ya éramos menos chicos, y lo confrontamos con la desigualdad y la injusticia, tocaron a mi puerta los del Hashomer.
Los campamentos, las palabras que no entendíamos, la polémica de sí debíamos o no escuchar la música de Wagner por su ideología nazi, el sionismo, la kvutzá, la celebración del primero de mayo con banderas rojas, argentinas, e israelíes, que hacíamos de papel crepé, para solidarizarnos con el movimiento obrero internacional, porque éramos obreros con conciencia, fueron todas vivencias que me abrieron nuevos caminos.
Representábamos obras teatrales como "El violín" de Jana Senesh, "El amputado que perdió la pierna en una guerra", "El diario de Ana Frank", o veíamos películas como "La colina 24 no contesta", "El malabarista" y "La casa de la calle de las carpas", con Ida Kaminska".
Leíamos libros escritos durante la revolución rusa, como "La joven guardia", "Así se templó el acero", "La calle del hijo menor". Y también otros imbuidos de espíritu revolucionario, como "La pasión de Sacco y Vanzeti" o "Mis gloriosos hermanos" ambos de Howard Fast. "Los caminos del hambre" o "Los capitanes da la arena", de Jorge Amado y "El alma encantada" de Romain Rolland, que incluía una dosis de romanticismo.
Participábamos de olimpíadas entre movimientos juveniles, en las que los movimientos jalutzianos desfilábamos con estandartes y banderas que representaban a cada uno. Realizadas en la cancha de Atlanta o en la de Platense, en esas olimpiadas desaparecía la violencia y la competencia que había en la calle entre los movimientos, para transformarse en una competencia amistosa.
A los 13 años preparé dos actividades que me acercaron a la Biblioteca Nacional: una, sobre "la rueda" como instrumento al servicio de la evolución del hombre y otra sobre "El grupo de los cinco", referida a cinco músicos rusos.
Toda nuestra formación estaba impregnada de tonalidad soviética. El teatro de Pedro Asquini y Alejandra Boero y otros teatros independientes. "La casa del Pueblo", "Nuevo Teatro", "Teatro 35", "Teatro colonial", "Los independientes"...
Íbamos a ver obras de teatro como "El hombre que nunca morirá", "Heredarás el viento", "El centrofobal murió al amanecer" de A. Cuzzani. Era una cultura tendenciosa que enriquecía nuestro ideal, lo fortalecía, y le daba un fuerte sostén emocional.
En el movimiento crecí. Fui madrij por primera vez; mucho después fui coordinador de madrijim, viajé al majón, me dediqué al tema de la educación, y después de los muchos después, me fui del movimiento.
Recibimos dos fuertes impactos cuando ya nos acercábamos a los 17 años. Cuando, viajando al majón, el barco comenzó a alejarse de la costa de Buenos Aires, nos enteramos que nuestros madrijim habían comenzado a fumar y a emborracharse en el barco y luego, que todo el grupo que habia viajado al majón de madrijim antes que el nuestro, abandonó el movimiento. No sabíamos que era lo que había pasado, pero era indiscutible que algo había empezado a pasar.
Cuando no pude realizar el ideal, al decir de James Baldwin, por algo que le hice a la vida o por algo que la vida me hizo, o por algo que nos vinimos haciendo mutuamente, conocí la depresión. Me faltaba aprender que tras un cambio siempre se está peor, y que después de algo que dejó un vacío, aparece algo nuevo. El no saberlo me sumergió en la angustia de pensar que nunca iba a poder salir de ese estado, y creer que mi presente sería así para siempre.
Yo tenía 20 años. Sabía qué quería hacer de mi vida (al menos así lo creía). Mi pequeña gran historia me permitía saber de qué lado estaba; quiénes eran mis amigos y de quiénes tenía que cuidarme.
Mientras militaba en el Hashomer Hatzair no conocía a la comunidad judía. Para nosotros estaba integrada por judíos ricos y antisionistas que iban a aquellos lugares a los que nosotros no queríamos ir.
Creía en la educación a través del ejemplo y no en la educación por la necesidad. Como secuela de mi formación anterior, la necesidad, que era el sostén de toda nuestra ideología, desaparecía por desconocer las diferencias, de acuerdo a la edad y a las circunstancias que cada uno atravesaba. Ser el ejemplo, nos daba la ilusión de tener las mismas necesidades.
Aun no sabía acerca del poder, pero sí de la humillación. Reconocía que había ricos y pobres, y los ricos no me gustaban, porque le gustaban a mi mamá aunque ella no lo admitiese.
Aprendí a valorar lo que no tenía, y recién mucho después pude valorar lo que tenía.
Comencé otra militancia. Por el "Movimiento por la Paz" fui enviado a un congreso mundial por la paz en Brasil. Ser el más chico me daba un lugar de privilegio, al mismo tiempo que mi timidez me aislaba dentro de la multitud.
Me puse en contacto con muchos otros que pensaban como yo, aunque usaran otras palabras y otros idiomas, y vivaran a Juliao, el líder de los campesinos, y a Paulo Freire, el pedagogo de la liberación, de quienes yo había escuchado en Buenos Aires.
Conocí el amor que uno cree y quiere que sea para siempre. Hicimos juntos un largo camino que se interrumpió por aquellas cosas que no dependen de uno. Comprendí las palabras de Walt Whitman: "Quién camina una sola legua sin amor, marcha amortajado hacia su propio funeral".
Y mucho después descubrí que el amor no es algo sólo vinculado a las personas.
Había conocido el ideal, la injusticia, la militancia, el poder, la humillación y el reconocimiento, y por fin el amor me enseñó a ser el que era.
Aprendí a serlo, pero tenía miedo. Como leí después en Castañeda, sostenido en el amor pude seguir adelante con el miedo, hasta que un día conocí la claridad que da ser el que uno es y el miedo se evaporó.
Se fueron produciendo encuentros verdaderos y duraderos, y también hubo encuentros menos duraderos, y no faltaron los desencuentros.
Nací con otro. El otro fue para mí una necesidad que debía convivir con mi otra necesidad, la de ser único. Oscilé entre la comunicación y el aislamiento.
Me costaba descubrir la mentira y la hipocresía, tal vez por haber crecido muy cerca de ellas, o por creer, como mellizo, que el otro era un doble mío.
Al otro, mi búsqueda de un mellizo, lo obligaba a un sobre-esfuerzo por discriminarse, en mí afán por reconocerlo y en su angustia por desconocerse.
El Dto. De Juventud de la AMIA fue mi primer trabajo profesional. Descubrí la rivalidad entre las instituciones, que yo desconocía, seguro de la hermandad entre nosotros. Aprendí que los madrijim teníamos que pensar como las instituciones en las que trabajábamos.
Seminarios y más seminarios. Instituciones distintas que peleaban por lo mismo e instituciones iguales que peleaban para diferenciarse.
Empezaba el director en mí y con el nuevo rol, la decisión de dirigir desde mi conciencia y la de los otros.
Yo ya no vivía en Remedios de Escalada, aunque Remedios de Escalada todavía vivía en mí.
Éramos hijos de inmigrantes que convivíamos con hijos de argentinos. Nadie discutía si debíamos o no escuchar a Wagner. Ya no había banderas rojas de papel crepé. Hablábamos de la identidad judía, mientras iba aprendiendo un nuevo judaísmo. Introduje en la comunidad la psicología social para entender los procesos que íbamos atravesando. El pasaje de la transitoriedad a la permanencia, la transformación del significado de Israel cuando desaparecía la primera imagen de la creación del Estado. La nueva relación entre Israel y la diáspora.
Comprendí que la comunidad judía norte americana era la única diáspora que Israel reconocía como significativa, y el resto de las comunidades quedábamos involucradas en sus decisiones.
Comprendí también la pulseada de tratar de convencer a los que no querían acercarse a los marcos comunitarios de la existencia de un antisemitismo amenazante, hasta producirles un malestar que no tenían, y de esa manera encontrar el bienestar que me daba el triunfo en la pulseada.
Con los títulos de Psicólogo Social y de Médico, me inicie en la carrera de terapeuta. Sólo entonces cerré la herida que el industrial, carrera que seguí porque a los años 11 años nuestros madrijim nos exigían que estudiemos industrial porque el kibutz necesitaba técnicos, abrió en mí por haberme alejado de lo que deseaba ser, y al mismo tiempo comprendí que cerrar una herida, es cortar con una historia y crear otra. Lo que aparecía como una paradoja, el cerrar una herida con un corte, también significó no vivir mas de la acusación, reconocer el dolor de eternizar un sufrimiento y liberar la alegría.
Sólo corte aquello que me detuvo o que me obligo a crecer en una dirección a la que no respondía desde mí.
Alternaba el trabajo comunitario, con el hospitalario y el privado. Tener la libertad de entrar y salir, me permitió independizar la palabra de la institución y hablar en mi propio nombre.
A los libros rojos le siguieron libros de otros colores, buscando entender el mundo en el que vivía y el mundo que vivía en mí.
Conocí escritores como Sartre, Marcuse, Adorno, Dostowiesky, Marx, Freud, Berhand, Borges, Sábato, y otros, entre los cuales, Marx en la comprensión de lo económico, Sartre en lo filosófico, Freud en lo psicológico y Pichón Riviere en lo social, fueron mis referentes.
Escuchaba. Sabía que si aprendía a escuchar, el otro aprendería a hablar. Escuchando aprendía, y hablando le enseñaba al otro a escuchar, fuese yo u otro el que enseñara. Tenía la convicción de que el saber junto con la capacidad de amar, eran la garantía de estar más cerca de aquello que estaba buscando. Era la posibilidad de vivir una vida que se justificase desde mi mismo, para luego dar ingreso al otro y amar en libertad.
Sentí que vivimos buscando poder amar en libertad, y que cuando no lo logramos, buscamos el poder, para que otros no amen en libertad.
Me costó aceptar que una manera de ser tiene un costo. Permite y limita. No aceptar esa limitación, me obligaba a vivir en deuda.
Cuando entendí que aceptar la limitación era la condición para la libertad, la sensación de deuda disminuyó.
Formado en un ideal que recorre un único camino, la inseguridad que me generó el alejarme, me dio la certeza de que la seguridad pasaba por recorrer caminos inseguros. Y fueron esos recorridos los que hice.
Separé lo que tenía, para saber quien era. Luego agregué lo que tenía al que era, porque ya no podían indiscriminarme.
La comunidad judía se alejaba de Israel. Las sucesivas guerras provocaban respuestas distintas. Los golpes militares fortalecieron mis miedos y mi tendencia al aislamiento.
El miedo me impedía pensar. Cuando pude pensar, descubrí una verdad dolorosa: el régimen militar no sólo se conformaba con aislarnos a unos de los otros, sino y además, nos aislaba de nuestro pensamiento. Aislados de los otros y de uno mismo, la impunidad encontraba un camino libre para desplegarse.
En los respiros democráticos, una nueva clase de padres se declararon líderes de la comunidad, y determinaron cuál era la educación que garantizaba la felicidad para sus hijos. Deshicieron ideales, proyectos educativos, apelaron al deporte, el inglés y la computación a costa de la educación judía. No tuvimos oportunidad de pensarlo juntos. Tal vez hubiésemos llegado a lo mismo. Era evitable hacernos sentir a merced de un poder que destruye los vínculos en lugar de construirlos.
Nosotros, los profesionales necesitados de la fuente de trabajo, nos fuimos integrando a los deseos de clase de los judíos, y fue apareciendo otra comunidad a la que los dirigentes seguían, en lugar de los judíos siguiesen a sus dirigentes. Se cuestionó a la dirigencia comunitaria por su ineficacia para conducir por un lado, y por el otro, por no tocar a los judíos que no querían ser conducidos. La relación directivo-socio se remplazó por la de profesional-socio de tal manera que la palabra del directivo no fuera necesaria, ya que el profesional era su portavoz. Esa articulación legitimó la impunidad hacia adentro.
Trabajando como director del Centro Médico Sefaradí, descubrí la necesidad de los dirigentes de un lugar donde formarse en el rol. Cuando uno que enseña, no puede garantizar lo que hará el otro con lo que aprende. Cada uno hizo lo que necesitó, que no necesariamente era lo que habíamos pensado. Así nació la oportunidad de conocer al otro, y al mismo tiempo el temor de que la voluntad de ser dirigente se trasformase durante el ejercicio del rol, en una búsqueda de poder, que se proclama en nuestro nombre, pero que es contra la gente y a favor de ellos mismos.
Terminaba el año escolar. La comisión directiva de una escuela ocupó la mesa principal en la fiesta de fin de año. Todos los presidentes (porque esa noche todos eran presidentes) estaban sentados junto a sus esposas, vestidos de sábado a la noche, y sonriendo al público. Las directoras y los docentes estaban distribuidos en las mesas de los padres.
Después de los discursos de rigor, y cuando una palabra más replanteó a la concurrencia el sentido de haber venido, invitaron a decir unas palabras a la Señora Berta.
La Señora Berta era la directora de la escuela. La vocación docente obligaba a la comisión directiva a ocupar la mesa principal, y a la señora Berta, y al resto de su equipo, las mesas asignadas a los padres y mezclarse con ellos.
No había una mesa especial para el equipo docente. Los dirigentes y los padres, tenían su lugar; los que no lo tenían eran los docentes. Esta era la nueva Escuela Judía.
Las escuelas cambiaban en todo el mundo. En muchos países los profesores se ocupaban de las mismas cosas. No podíamos evitar ser más parecidos a los no judíos. Como en Israel, la distancia con el proyecto original, fue cediendo lugar al proyecto posible. Y el proyecto posible era el de una democracia que tenía por debajo un régimen militar. Como el en el kibutz la desigualdad que comenzó en forma imperceptible dentro de la casa necesito de algunos años para aparecer fuera de la casa.
Es aquello que cambia lo que permite que una estructura viva, y no la nostalgia que es el camino inexorable hacia la muerte.
Todo iba ocurriendo como en Israel, al mismo tiempo que las tnuot se iban vaciando como ocurría con el kibutz.
La dirigencia comunitaria seguía a las de los países en que vivían, y a la que transcurría en Israel. Así como nosotros los judíos de la diáspora aprendimos a soportarlo también los israelíes aprendieron a soportarlo.
Nuestras brechas se iban acortando. Ya a muy pocos les interesaba que habia hecho el otro con su vida; la mayoría queríamos que a cada uno le hubiera ido bien con la vida que eligió, porque finalmente sólo cada uno sabe como le fue en la vida.
Circulé por el Centro de Estudios Judaicos y Sionistas. Creí que ese era un lugar donde los judíos podíamos encontrar una manera distinta de buscar nuestras raíces. Organicé seminarios como "Ser judío en la Argentina hoy", "Culpa, castigo, deseo y trasgresión en el judaísmo", "Los problemas Fundamentales del Judaísmo en la Posmodernidad" entre otros, "Las relaciones Israel – diáspora", entre otros.
Cuando atravesó y fue atravesado por un ideal, se plantea el derecho a hablar sobre lo que fuera. Pero eso pasa en cualquier vida que uno eligió, aun aquella que tiene la ilusión de concretar el ideal.
Poder comunicar el tema de la culpa y el castigo significaba haber terminado con la culpa de no haber hecho lo que lo el otro esperaba que hiciera, y comprender además, que si el otro estaba tan preocupado por lo que yo no hacía tampoco él lo había hecho.
La iniciación del vínculo marcó su final. En la conferencia de presentación, que había convocado mucha gente, dije que los territorios ocupados a los árabes debían ser devueltos a cambio de la Paz. Tierras por Paz. Al día siguiente me llamaron tres miembros de la comisión directiva para pedirme explicaciones. Se había producido la primera fractura en el vínculo: ellos estaban acostumbrados a pedir explicaciones y yo no estaba acostumbrado a darlas por decir lo que pensaba. Lo pudimos resolver. Hubiera sido Director sólo un día de no haber acordado que los planteos ideológicos fuesen en mi propio nombre para no comprometer la ausencia de ideología de la institución, dada mi exigencia de decir lo que pensaba.
Era característico de una comisión que ejercía una dirección enmascarada, cuando lo que caracterizaba mi trabajo era desenmascarar lo oculto. Tampoco yo estaba seguro de hacer un buen trabajo por no ser un especialista en temas judaicos, pero eso no impedía que al hacerme cargo, mi falta se compensara con una concesión.
Comprendí que a veces quedamos involucrados en un nombre fijado por la organización que financia parte del proyecto o todo el proyecto, mas allá de su interés de que los participantes piensen para sí mismos esa pertenencia. Así el "Centro de Estudios Judaicos" cambió su nombre por el de "Centro de Estudios Judíos y Sionistas".
Como escribió Ulloa: "Cuando cede la intimidación comienza la intimidad".
La intimidación había cedido: ya no había ninguna palabra que tuviera mayor poder que la mía.
Y lo hermoso de este aprendizaje es que uno deja de intimidar a los otros. Caminé con javerim del movimiento, luego con jóvenes que no eran del movimiento, con adultos, con adultos mayores, con profesionales de mi generación, y con profesionales de las generaciones que me siguen.
Recorrí instituciones, países, comunidades diversas. Aprendí acerca de la diferencia, de la similitud, de la violencia, de la comprensión, del poder y de la sumisión. Aprendí a hablar y a callarme, a escuchar y a no escuchar, a recordar y a olvidar lo que había recordado para seguir recordando lo que necesitaba. Entendí lo importante e intenté desvincularme sin éxito de lo intrascendente.
Por momentos corrí para no pensar, y por momentos traté de pensar para no seguir corriendo, sin saber adónde quería llegar. La fe me sostuvo cuando no contaba conmigo, y sostuve la fe para seguir siendo el que era.
Ocurrieron los atentados. Atravesaba el duelo por la muerte de mis seres queridos, y no podía agregar más dolor. Tuve que aprender a quedarme afuera. Escribí lo que podía. Callé lo que no podía hacer ni tampoco escribir.
Me encontré con muchos que habían puesto lo mejor de sí, y escuché acerca de los que habían puesto lo peor. Escribí que los atentados iban a cristalizar lo que cada uno pensaba, por lo que en lugar de fortalecernos nos iban a debilitar. No esperaba que los atentados modificaran nada y tampoco esperé que nos diesen un camino. Sólo nos enseñaron a conocer cómo somos y qué nos vimos obligados a hacer, para no vernos tal como somos. También pensé lo mismo d e los atentados en Israel: cada atentado iba a fortalecer las ideas que tenía cada uno, y salvo pocos casos, replantearlas.
El espíritu que ya no teníamos, quedó debajo de los escombros y las luchas por el poder que sí teníamos, quedaron encima de los escombros.
Habíamos conocido la miseria y aprendimos lo miserable. Nuestra vida profesional en la comunidad atravesó por uno de sus momentos más crueles. A pesar de lo que sabíamos, seguíamos adulando a los que ostentaban el poder, y presenciando la otra guerra, que se libraba en nuestro seno sin poder hacer nuestra voluntad, porque la voluntad que ya no teníamos quedó debajo de los escombros, y la apatía que ya teníamos quedó encima de los escombros.
No es un reproche hacia nosotros. Se trata de admitir las humillaciones que sufrimos cuando tratamos de cambiar a nuestra comunidad y finalmente fue el poder de los poderosos y de los que se creían poderosos, los que nos cambiaron a nosotros.
Aprender la paridad fue una tarea. La diferencia entre el que uno dice que es y el que uno es, acostumbrado a pensar la diferencia como un impedimento, se observa en la acción concreta.
Reconocer los múltiples seres que nos habitan al reconocer los múltiples judíos que somos, nos obliga a encontrar la manera de colocarnos en un lugar que no esté por encima ni por debajo del otro. Entender el amor y el odio como dos sentimientos vinculados a que el otro haga lo que esperamos de él, o que nosotros hagamos lo que el otro espera de nosotros, hace que la paridad tenga un límite.
No estoy dispuesto a ser distinto del que soy para que otro aparezca distinto del que es. Y éste es el límite.
Cuando uno recibe un premio, además de agradecer a quienes se lo otorgaron, tiene que agradecerle al premio la oportunidad que le ofrece de dar un discurso.
Soy el que voy siendo. Los que fui antes al que soy hoy, no fueron mejores ni peores. Cuando desplegué lo peor de mí, aprendí que no todos los lugares son para mí. Entendí también que no puedo vincularme con todos. Sé que lo peor de mí está en mí, y que yo soy el responsable. Pero forma parte de la sabiduría de cada uno discriminar lo peor de lo justo, aunque resulte agresivo para los demás. Y forma parte de lo mejor de mí, desplegar lo peor cuando es necesario.
El negro es un color tanto como el blanco. Nuestro mundo es un mundo de colores que incluyen el negro y el blanco. Ser blanco no es ser bueno y ser negro no es ser malo. El mundo tiene blancos y negros. Ambos tienen derechos y el primero de los derechos es el de ser reconocidos como iguales.
Con las palabras de Octavio Paz comienzo a terminar mi discurso: "La libertad es la particularidad frente a lo general. Una particularidad que dialoga frente a un determinismo y que frente a él se obstina en ser distinta y única".
Me siento libre y para poder serlo tuve que admitir un límite. El límite que crea la certeza: ya no estoy seguro de que la Señora Berta haya tenido que enojarse cuando no la mencionaron como directora. Puede ser que para una mujer sea más importante que la reconozcan como una Señora y no como la Directora, porque mientras una es, la otra transcurre.
Como somos lo que vamos siendo, soy al mismo tiempo el que soy y el que va transcurriendo.
El haber sido javer del Hashomer Hatzair, cristalizó una marca que comenzó con la circuncisión: Shomer paam, Shomer lanetzaj. Sé que es mentira. Tan mentira como haber pensado que la aliá era la única verdad. Doy fe y convierto en testimonio de que mi vida tuvo una marca para siempre. Pero también mi vida desmiente que la aliá era la única verdad. Era sólo una verdad más.
Gracias.
Buenos Aires 2004
A la salida, sólo en la estación, tenía frío y miedo. Me sentía expuesto a los riesgos exteriores por ser el único en la estación y a los interiores, por no encontrarle sentido a tanto desplazamiento.
Trataba de recuperar el motivo por el cual doce personas que me triplicaban en edad, habían elegido convocarse esa noche, para resolver qué hacer con su judaísmo. No había café y la luz era tan débil que transformo esa reunión para pensar, en una de refugiados tratando de encontrar alguna salida.
Yo era un madrij, un guía que había encontrado su camino en el dar ayuda para que otros encontrasen el suyo.
Había ido en representación de la A.M.I.A. Los judíos se acercaban a nosotros seguros de encontrar respuesta a algunos interrogantes, y a nosotros nos interesaba ayudarlos a encontrarla. Eran jóvenes judíos que querían hacer cosas nuevas y encontraban en nosotros un buen recurso para pensar aquello que se proponían. Los recuerdo con cariño.
El mismo cariño que me invadía cuando, trabajando en el club Oriente, nos encontrábamos a las diez de la mañana en el negocio de alguno de ellos, para conversar sobre un judaísmo trasgresor y resistido, pero auténtico. Aún flotaba un clima de confrontación entre la nueva cultura, y las leyendas y mitos traídos de Oriente, alrededor de poderes que desconocían pero que podían dañarlos.
Nací y crecí en Remedios de Escalada. Bashevis Singer podría haber escrito un hermoso libro sobre los personajes de ese pueblo pequeño con hombres y doñas que hablaban en ídish, con una sinagoga que funcionaba en una casa alquilada cuyo alquiler pagaban entre todos, donde siempre faltaban dos para completar los diez del minian.
De chico no conocí otro judaísmo que el de visitar a los enfermos con una lata de duraznos en almíbar, comer pan Goldstein con pastrón, o vivir en una casa donde se hacía queso de ricota o vino de Pesaj.
Cuando el amor por ese judaísmo comenzó a ceder porque ya éramos menos chicos, y lo confrontamos con la desigualdad y la injusticia, tocaron a mi puerta los del Hashomer.
Los campamentos, las palabras que no entendíamos, la polémica de sí debíamos o no escuchar la música de Wagner por su ideología nazi, el sionismo, la kvutzá, la celebración del primero de mayo con banderas rojas, argentinas, e israelíes, que hacíamos de papel crepé, para solidarizarnos con el movimiento obrero internacional, porque éramos obreros con conciencia, fueron todas vivencias que me abrieron nuevos caminos.
Representábamos obras teatrales como "El violín" de Jana Senesh, "El amputado que perdió la pierna en una guerra", "El diario de Ana Frank", o veíamos películas como "La colina 24 no contesta", "El malabarista" y "La casa de la calle de las carpas", con Ida Kaminska".
Leíamos libros escritos durante la revolución rusa, como "La joven guardia", "Así se templó el acero", "La calle del hijo menor". Y también otros imbuidos de espíritu revolucionario, como "La pasión de Sacco y Vanzeti" o "Mis gloriosos hermanos" ambos de Howard Fast. "Los caminos del hambre" o "Los capitanes da la arena", de Jorge Amado y "El alma encantada" de Romain Rolland, que incluía una dosis de romanticismo.
Participábamos de olimpíadas entre movimientos juveniles, en las que los movimientos jalutzianos desfilábamos con estandartes y banderas que representaban a cada uno. Realizadas en la cancha de Atlanta o en la de Platense, en esas olimpiadas desaparecía la violencia y la competencia que había en la calle entre los movimientos, para transformarse en una competencia amistosa.
A los 13 años preparé dos actividades que me acercaron a la Biblioteca Nacional: una, sobre "la rueda" como instrumento al servicio de la evolución del hombre y otra sobre "El grupo de los cinco", referida a cinco músicos rusos.
Toda nuestra formación estaba impregnada de tonalidad soviética. El teatro de Pedro Asquini y Alejandra Boero y otros teatros independientes. "La casa del Pueblo", "Nuevo Teatro", "Teatro 35", "Teatro colonial", "Los independientes"...
Íbamos a ver obras de teatro como "El hombre que nunca morirá", "Heredarás el viento", "El centrofobal murió al amanecer" de A. Cuzzani. Era una cultura tendenciosa que enriquecía nuestro ideal, lo fortalecía, y le daba un fuerte sostén emocional.
En el movimiento crecí. Fui madrij por primera vez; mucho después fui coordinador de madrijim, viajé al majón, me dediqué al tema de la educación, y después de los muchos después, me fui del movimiento.
Recibimos dos fuertes impactos cuando ya nos acercábamos a los 17 años. Cuando, viajando al majón, el barco comenzó a alejarse de la costa de Buenos Aires, nos enteramos que nuestros madrijim habían comenzado a fumar y a emborracharse en el barco y luego, que todo el grupo que habia viajado al majón de madrijim antes que el nuestro, abandonó el movimiento. No sabíamos que era lo que había pasado, pero era indiscutible que algo había empezado a pasar.
Cuando no pude realizar el ideal, al decir de James Baldwin, por algo que le hice a la vida o por algo que la vida me hizo, o por algo que nos vinimos haciendo mutuamente, conocí la depresión. Me faltaba aprender que tras un cambio siempre se está peor, y que después de algo que dejó un vacío, aparece algo nuevo. El no saberlo me sumergió en la angustia de pensar que nunca iba a poder salir de ese estado, y creer que mi presente sería así para siempre.
Yo tenía 20 años. Sabía qué quería hacer de mi vida (al menos así lo creía). Mi pequeña gran historia me permitía saber de qué lado estaba; quiénes eran mis amigos y de quiénes tenía que cuidarme.
Mientras militaba en el Hashomer Hatzair no conocía a la comunidad judía. Para nosotros estaba integrada por judíos ricos y antisionistas que iban a aquellos lugares a los que nosotros no queríamos ir.
Creía en la educación a través del ejemplo y no en la educación por la necesidad. Como secuela de mi formación anterior, la necesidad, que era el sostén de toda nuestra ideología, desaparecía por desconocer las diferencias, de acuerdo a la edad y a las circunstancias que cada uno atravesaba. Ser el ejemplo, nos daba la ilusión de tener las mismas necesidades.
Aun no sabía acerca del poder, pero sí de la humillación. Reconocía que había ricos y pobres, y los ricos no me gustaban, porque le gustaban a mi mamá aunque ella no lo admitiese.
Aprendí a valorar lo que no tenía, y recién mucho después pude valorar lo que tenía.
Comencé otra militancia. Por el "Movimiento por la Paz" fui enviado a un congreso mundial por la paz en Brasil. Ser el más chico me daba un lugar de privilegio, al mismo tiempo que mi timidez me aislaba dentro de la multitud.
Me puse en contacto con muchos otros que pensaban como yo, aunque usaran otras palabras y otros idiomas, y vivaran a Juliao, el líder de los campesinos, y a Paulo Freire, el pedagogo de la liberación, de quienes yo había escuchado en Buenos Aires.
Conocí el amor que uno cree y quiere que sea para siempre. Hicimos juntos un largo camino que se interrumpió por aquellas cosas que no dependen de uno. Comprendí las palabras de Walt Whitman: "Quién camina una sola legua sin amor, marcha amortajado hacia su propio funeral".
Y mucho después descubrí que el amor no es algo sólo vinculado a las personas.
Había conocido el ideal, la injusticia, la militancia, el poder, la humillación y el reconocimiento, y por fin el amor me enseñó a ser el que era.
Aprendí a serlo, pero tenía miedo. Como leí después en Castañeda, sostenido en el amor pude seguir adelante con el miedo, hasta que un día conocí la claridad que da ser el que uno es y el miedo se evaporó.
Se fueron produciendo encuentros verdaderos y duraderos, y también hubo encuentros menos duraderos, y no faltaron los desencuentros.
Nací con otro. El otro fue para mí una necesidad que debía convivir con mi otra necesidad, la de ser único. Oscilé entre la comunicación y el aislamiento.
Me costaba descubrir la mentira y la hipocresía, tal vez por haber crecido muy cerca de ellas, o por creer, como mellizo, que el otro era un doble mío.
Al otro, mi búsqueda de un mellizo, lo obligaba a un sobre-esfuerzo por discriminarse, en mí afán por reconocerlo y en su angustia por desconocerse.
El Dto. De Juventud de la AMIA fue mi primer trabajo profesional. Descubrí la rivalidad entre las instituciones, que yo desconocía, seguro de la hermandad entre nosotros. Aprendí que los madrijim teníamos que pensar como las instituciones en las que trabajábamos.
Seminarios y más seminarios. Instituciones distintas que peleaban por lo mismo e instituciones iguales que peleaban para diferenciarse.
Empezaba el director en mí y con el nuevo rol, la decisión de dirigir desde mi conciencia y la de los otros.
Yo ya no vivía en Remedios de Escalada, aunque Remedios de Escalada todavía vivía en mí.
Éramos hijos de inmigrantes que convivíamos con hijos de argentinos. Nadie discutía si debíamos o no escuchar a Wagner. Ya no había banderas rojas de papel crepé. Hablábamos de la identidad judía, mientras iba aprendiendo un nuevo judaísmo. Introduje en la comunidad la psicología social para entender los procesos que íbamos atravesando. El pasaje de la transitoriedad a la permanencia, la transformación del significado de Israel cuando desaparecía la primera imagen de la creación del Estado. La nueva relación entre Israel y la diáspora.
Comprendí que la comunidad judía norte americana era la única diáspora que Israel reconocía como significativa, y el resto de las comunidades quedábamos involucradas en sus decisiones.
Comprendí también la pulseada de tratar de convencer a los que no querían acercarse a los marcos comunitarios de la existencia de un antisemitismo amenazante, hasta producirles un malestar que no tenían, y de esa manera encontrar el bienestar que me daba el triunfo en la pulseada.
Con los títulos de Psicólogo Social y de Médico, me inicie en la carrera de terapeuta. Sólo entonces cerré la herida que el industrial, carrera que seguí porque a los años 11 años nuestros madrijim nos exigían que estudiemos industrial porque el kibutz necesitaba técnicos, abrió en mí por haberme alejado de lo que deseaba ser, y al mismo tiempo comprendí que cerrar una herida, es cortar con una historia y crear otra. Lo que aparecía como una paradoja, el cerrar una herida con un corte, también significó no vivir mas de la acusación, reconocer el dolor de eternizar un sufrimiento y liberar la alegría.
Sólo corte aquello que me detuvo o que me obligo a crecer en una dirección a la que no respondía desde mí.
Alternaba el trabajo comunitario, con el hospitalario y el privado. Tener la libertad de entrar y salir, me permitió independizar la palabra de la institución y hablar en mi propio nombre.
A los libros rojos le siguieron libros de otros colores, buscando entender el mundo en el que vivía y el mundo que vivía en mí.
Conocí escritores como Sartre, Marcuse, Adorno, Dostowiesky, Marx, Freud, Berhand, Borges, Sábato, y otros, entre los cuales, Marx en la comprensión de lo económico, Sartre en lo filosófico, Freud en lo psicológico y Pichón Riviere en lo social, fueron mis referentes.
Escuchaba. Sabía que si aprendía a escuchar, el otro aprendería a hablar. Escuchando aprendía, y hablando le enseñaba al otro a escuchar, fuese yo u otro el que enseñara. Tenía la convicción de que el saber junto con la capacidad de amar, eran la garantía de estar más cerca de aquello que estaba buscando. Era la posibilidad de vivir una vida que se justificase desde mi mismo, para luego dar ingreso al otro y amar en libertad.
Sentí que vivimos buscando poder amar en libertad, y que cuando no lo logramos, buscamos el poder, para que otros no amen en libertad.
Me costó aceptar que una manera de ser tiene un costo. Permite y limita. No aceptar esa limitación, me obligaba a vivir en deuda.
Cuando entendí que aceptar la limitación era la condición para la libertad, la sensación de deuda disminuyó.
Formado en un ideal que recorre un único camino, la inseguridad que me generó el alejarme, me dio la certeza de que la seguridad pasaba por recorrer caminos inseguros. Y fueron esos recorridos los que hice.
Separé lo que tenía, para saber quien era. Luego agregué lo que tenía al que era, porque ya no podían indiscriminarme.
La comunidad judía se alejaba de Israel. Las sucesivas guerras provocaban respuestas distintas. Los golpes militares fortalecieron mis miedos y mi tendencia al aislamiento.
El miedo me impedía pensar. Cuando pude pensar, descubrí una verdad dolorosa: el régimen militar no sólo se conformaba con aislarnos a unos de los otros, sino y además, nos aislaba de nuestro pensamiento. Aislados de los otros y de uno mismo, la impunidad encontraba un camino libre para desplegarse.
En los respiros democráticos, una nueva clase de padres se declararon líderes de la comunidad, y determinaron cuál era la educación que garantizaba la felicidad para sus hijos. Deshicieron ideales, proyectos educativos, apelaron al deporte, el inglés y la computación a costa de la educación judía. No tuvimos oportunidad de pensarlo juntos. Tal vez hubiésemos llegado a lo mismo. Era evitable hacernos sentir a merced de un poder que destruye los vínculos en lugar de construirlos.
Nosotros, los profesionales necesitados de la fuente de trabajo, nos fuimos integrando a los deseos de clase de los judíos, y fue apareciendo otra comunidad a la que los dirigentes seguían, en lugar de los judíos siguiesen a sus dirigentes. Se cuestionó a la dirigencia comunitaria por su ineficacia para conducir por un lado, y por el otro, por no tocar a los judíos que no querían ser conducidos. La relación directivo-socio se remplazó por la de profesional-socio de tal manera que la palabra del directivo no fuera necesaria, ya que el profesional era su portavoz. Esa articulación legitimó la impunidad hacia adentro.
Trabajando como director del Centro Médico Sefaradí, descubrí la necesidad de los dirigentes de un lugar donde formarse en el rol. Cuando uno que enseña, no puede garantizar lo que hará el otro con lo que aprende. Cada uno hizo lo que necesitó, que no necesariamente era lo que habíamos pensado. Así nació la oportunidad de conocer al otro, y al mismo tiempo el temor de que la voluntad de ser dirigente se trasformase durante el ejercicio del rol, en una búsqueda de poder, que se proclama en nuestro nombre, pero que es contra la gente y a favor de ellos mismos.
Terminaba el año escolar. La comisión directiva de una escuela ocupó la mesa principal en la fiesta de fin de año. Todos los presidentes (porque esa noche todos eran presidentes) estaban sentados junto a sus esposas, vestidos de sábado a la noche, y sonriendo al público. Las directoras y los docentes estaban distribuidos en las mesas de los padres.
Después de los discursos de rigor, y cuando una palabra más replanteó a la concurrencia el sentido de haber venido, invitaron a decir unas palabras a la Señora Berta.
La Señora Berta era la directora de la escuela. La vocación docente obligaba a la comisión directiva a ocupar la mesa principal, y a la señora Berta, y al resto de su equipo, las mesas asignadas a los padres y mezclarse con ellos.
No había una mesa especial para el equipo docente. Los dirigentes y los padres, tenían su lugar; los que no lo tenían eran los docentes. Esta era la nueva Escuela Judía.
Las escuelas cambiaban en todo el mundo. En muchos países los profesores se ocupaban de las mismas cosas. No podíamos evitar ser más parecidos a los no judíos. Como en Israel, la distancia con el proyecto original, fue cediendo lugar al proyecto posible. Y el proyecto posible era el de una democracia que tenía por debajo un régimen militar. Como el en el kibutz la desigualdad que comenzó en forma imperceptible dentro de la casa necesito de algunos años para aparecer fuera de la casa.
Es aquello que cambia lo que permite que una estructura viva, y no la nostalgia que es el camino inexorable hacia la muerte.
Todo iba ocurriendo como en Israel, al mismo tiempo que las tnuot se iban vaciando como ocurría con el kibutz.
La dirigencia comunitaria seguía a las de los países en que vivían, y a la que transcurría en Israel. Así como nosotros los judíos de la diáspora aprendimos a soportarlo también los israelíes aprendieron a soportarlo.
Nuestras brechas se iban acortando. Ya a muy pocos les interesaba que habia hecho el otro con su vida; la mayoría queríamos que a cada uno le hubiera ido bien con la vida que eligió, porque finalmente sólo cada uno sabe como le fue en la vida.
Circulé por el Centro de Estudios Judaicos y Sionistas. Creí que ese era un lugar donde los judíos podíamos encontrar una manera distinta de buscar nuestras raíces. Organicé seminarios como "Ser judío en la Argentina hoy", "Culpa, castigo, deseo y trasgresión en el judaísmo", "Los problemas Fundamentales del Judaísmo en la Posmodernidad" entre otros, "Las relaciones Israel – diáspora", entre otros.
Cuando atravesó y fue atravesado por un ideal, se plantea el derecho a hablar sobre lo que fuera. Pero eso pasa en cualquier vida que uno eligió, aun aquella que tiene la ilusión de concretar el ideal.
Poder comunicar el tema de la culpa y el castigo significaba haber terminado con la culpa de no haber hecho lo que lo el otro esperaba que hiciera, y comprender además, que si el otro estaba tan preocupado por lo que yo no hacía tampoco él lo había hecho.
La iniciación del vínculo marcó su final. En la conferencia de presentación, que había convocado mucha gente, dije que los territorios ocupados a los árabes debían ser devueltos a cambio de la Paz. Tierras por Paz. Al día siguiente me llamaron tres miembros de la comisión directiva para pedirme explicaciones. Se había producido la primera fractura en el vínculo: ellos estaban acostumbrados a pedir explicaciones y yo no estaba acostumbrado a darlas por decir lo que pensaba. Lo pudimos resolver. Hubiera sido Director sólo un día de no haber acordado que los planteos ideológicos fuesen en mi propio nombre para no comprometer la ausencia de ideología de la institución, dada mi exigencia de decir lo que pensaba.
Era característico de una comisión que ejercía una dirección enmascarada, cuando lo que caracterizaba mi trabajo era desenmascarar lo oculto. Tampoco yo estaba seguro de hacer un buen trabajo por no ser un especialista en temas judaicos, pero eso no impedía que al hacerme cargo, mi falta se compensara con una concesión.
Comprendí que a veces quedamos involucrados en un nombre fijado por la organización que financia parte del proyecto o todo el proyecto, mas allá de su interés de que los participantes piensen para sí mismos esa pertenencia. Así el "Centro de Estudios Judaicos" cambió su nombre por el de "Centro de Estudios Judíos y Sionistas".
Como escribió Ulloa: "Cuando cede la intimidación comienza la intimidad".
La intimidación había cedido: ya no había ninguna palabra que tuviera mayor poder que la mía.
Y lo hermoso de este aprendizaje es que uno deja de intimidar a los otros. Caminé con javerim del movimiento, luego con jóvenes que no eran del movimiento, con adultos, con adultos mayores, con profesionales de mi generación, y con profesionales de las generaciones que me siguen.
Recorrí instituciones, países, comunidades diversas. Aprendí acerca de la diferencia, de la similitud, de la violencia, de la comprensión, del poder y de la sumisión. Aprendí a hablar y a callarme, a escuchar y a no escuchar, a recordar y a olvidar lo que había recordado para seguir recordando lo que necesitaba. Entendí lo importante e intenté desvincularme sin éxito de lo intrascendente.
Por momentos corrí para no pensar, y por momentos traté de pensar para no seguir corriendo, sin saber adónde quería llegar. La fe me sostuvo cuando no contaba conmigo, y sostuve la fe para seguir siendo el que era.
Ocurrieron los atentados. Atravesaba el duelo por la muerte de mis seres queridos, y no podía agregar más dolor. Tuve que aprender a quedarme afuera. Escribí lo que podía. Callé lo que no podía hacer ni tampoco escribir.
Me encontré con muchos que habían puesto lo mejor de sí, y escuché acerca de los que habían puesto lo peor. Escribí que los atentados iban a cristalizar lo que cada uno pensaba, por lo que en lugar de fortalecernos nos iban a debilitar. No esperaba que los atentados modificaran nada y tampoco esperé que nos diesen un camino. Sólo nos enseñaron a conocer cómo somos y qué nos vimos obligados a hacer, para no vernos tal como somos. También pensé lo mismo d e los atentados en Israel: cada atentado iba a fortalecer las ideas que tenía cada uno, y salvo pocos casos, replantearlas.
El espíritu que ya no teníamos, quedó debajo de los escombros y las luchas por el poder que sí teníamos, quedaron encima de los escombros.
Habíamos conocido la miseria y aprendimos lo miserable. Nuestra vida profesional en la comunidad atravesó por uno de sus momentos más crueles. A pesar de lo que sabíamos, seguíamos adulando a los que ostentaban el poder, y presenciando la otra guerra, que se libraba en nuestro seno sin poder hacer nuestra voluntad, porque la voluntad que ya no teníamos quedó debajo de los escombros, y la apatía que ya teníamos quedó encima de los escombros.
No es un reproche hacia nosotros. Se trata de admitir las humillaciones que sufrimos cuando tratamos de cambiar a nuestra comunidad y finalmente fue el poder de los poderosos y de los que se creían poderosos, los que nos cambiaron a nosotros.
Aprender la paridad fue una tarea. La diferencia entre el que uno dice que es y el que uno es, acostumbrado a pensar la diferencia como un impedimento, se observa en la acción concreta.
Reconocer los múltiples seres que nos habitan al reconocer los múltiples judíos que somos, nos obliga a encontrar la manera de colocarnos en un lugar que no esté por encima ni por debajo del otro. Entender el amor y el odio como dos sentimientos vinculados a que el otro haga lo que esperamos de él, o que nosotros hagamos lo que el otro espera de nosotros, hace que la paridad tenga un límite.
No estoy dispuesto a ser distinto del que soy para que otro aparezca distinto del que es. Y éste es el límite.
Cuando uno recibe un premio, además de agradecer a quienes se lo otorgaron, tiene que agradecerle al premio la oportunidad que le ofrece de dar un discurso.
Soy el que voy siendo. Los que fui antes al que soy hoy, no fueron mejores ni peores. Cuando desplegué lo peor de mí, aprendí que no todos los lugares son para mí. Entendí también que no puedo vincularme con todos. Sé que lo peor de mí está en mí, y que yo soy el responsable. Pero forma parte de la sabiduría de cada uno discriminar lo peor de lo justo, aunque resulte agresivo para los demás. Y forma parte de lo mejor de mí, desplegar lo peor cuando es necesario.
El negro es un color tanto como el blanco. Nuestro mundo es un mundo de colores que incluyen el negro y el blanco. Ser blanco no es ser bueno y ser negro no es ser malo. El mundo tiene blancos y negros. Ambos tienen derechos y el primero de los derechos es el de ser reconocidos como iguales.
Con las palabras de Octavio Paz comienzo a terminar mi discurso: "La libertad es la particularidad frente a lo general. Una particularidad que dialoga frente a un determinismo y que frente a él se obstina en ser distinta y única".
Me siento libre y para poder serlo tuve que admitir un límite. El límite que crea la certeza: ya no estoy seguro de que la Señora Berta haya tenido que enojarse cuando no la mencionaron como directora. Puede ser que para una mujer sea más importante que la reconozcan como una Señora y no como la Directora, porque mientras una es, la otra transcurre.
Como somos lo que vamos siendo, soy al mismo tiempo el que soy y el que va transcurriendo.
El haber sido javer del Hashomer Hatzair, cristalizó una marca que comenzó con la circuncisión: Shomer paam, Shomer lanetzaj. Sé que es mentira. Tan mentira como haber pensado que la aliá era la única verdad. Doy fe y convierto en testimonio de que mi vida tuvo una marca para siempre. Pero también mi vida desmiente que la aliá era la única verdad. Era sólo una verdad más.
Gracias.
Buenos Aires 2004
Janan Nudel
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